Rabia

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    Un día, un número desconocido me llamó. Contesté y un tipo me dijo “tení las medias tetas”. De fondo se escucharon varias risas de hombres. La rabia e impotencia por no saber quién era el tipo que había hablado no han bajado con los años. Lo que es una broma inocente para algunos, para mí fue una carga sobre mis hombros. Cuando una es chica, su apariencia física siempre es un tema complicado y ser voluptuosa desde los 13 fue difícil. Antes de mirarme a la cara, me miraban las pechugas. Los desubicados no saben lo insegura que eso hacen sentir y el tiempo que me tomó aceptar mi cuerpo tal cual es. Ahora, después de recibir innumerables opiniones sobre mi cuerpo -que yo no pedí- puedo decir que amo ser mujer y amo mi cuerpo. Me encanta la lucha contra el acoso, porque me hace sentir segura, más confiada y con un apoyo infinito. Sé que si actuamos unidas tarde o temprano la sociedad entenderá que el “piropo” es invasivo e hiriente.

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      Hace un par de semanas, iba en el Metro después de mi trabajo. No iba con ropa provocativa ni nada. Frente a mí, venía un viejo al que no le presté importancia. Eso, hasta que levantó su celular apuntando a mis pechos para tomar una foto y luego lo bajó. Quedé helada. Para confirmar si de verdad me había fotografiado, miré de reojo su celular: vi una imagen de mis partes, donde se veía mi polera y la cartera que traía cruzada. Alcancé a ver que la había compartido por Whatsapp. No quise quedarme callada y le dije: “¿Qué te pasa viejo de mierda, degenerado que me andas sacando fotos, ¿acaso no tienes hijas, mamá o pareja?”. El viejo solo atinó a descartarse y mostrar el álbum para comprobar su inocencia. Luego, dijo que “había abierto la cámara sin querer”, mientras yo lo golpeaba con rabia. ¿Si alguien me ayudó? Nadie. Nadie le dijo nada.

      Cuando llegamos a la siguiente estación, lo bajaron y yo lo seguí para quitarle el celular, pero no pude. Dijo que había borrado las fotos “para mi tranquilidad”. Pero fue peor, porque cuando fue detenido por Carabineros, ya no había pruebas para acusarlo. Quedé como tonta y él, riéndose de mí. Luego, llamé a mi papá para que me fuera a buscar. Ya no me sentía segura viajando sola en Metro.

      Cuando llegamos a la casa, le conté lo que había pasado. En vez de apoyarme o decir algo en contra del viejo, dijo que “debía andar con más cuidado”. Después, le conté a mi pololo, y respondió que “no era para tanto, pudo ser peor”. Estamos rodeadas de gente machista: mi padre culpándome a mí, diciendo que yo debo andar con cuidado y mi pareja bajándole el perfil, sin saber lo sucia que me sentí cuando este tipo me tomó la foto y la compartió.

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        Era un día de verano perfecto para usar vestidos y zapatos con tacos. Me dirigía al departamento de mi amiga a una comida. Por supuesto, tomé una micro. Mientras caminaba, mis oídos se hacían sordos ante silbidos o cualquier tipo de piropo. Al bajarme en la calle “La Palmilla” de Dorsal para ir al condominio de mi amiga, escuché una moto pasar en dirección contraria. Doblé en la cuadra  siguiente y sentí un calor en mi pierna y un roce por detrás. Era la rueda de una moto. Me di vuelta aterrada y vi a dos jóvenes adolescentes “flaites”, ambos con casco en una moto scooter roja y polera rayada. Acto seguido, me levantaron el vestido a la fuerza  y me tocaron el trasero. En shock, les dije “qué les pasa, hueones”. Retrocedieron rápidamente y me gritaron los improperios más sucios que había escuchado en mi vida.

        Estaba tan asustada que no podía gritar. Sentía escalofríos en todo mi cuerpo, me sentía sola. Nadie me ayudó en el momento, ni siquiera un hombre que pasaba por la vereda del frente y que se quedó mirando con cara de deseo. Me sentía sucia. Emprendí camino y otra vez sentí el ruido de la moto. Eran ellos: de nuevo me gritaron y arrancaron. No había caso. Tomé otra calle para perderlos. Traté de llamar a Carabineros pero nunca contestaron. Pensé en ir a la PDI que estaba cruzando la Avenida Dorsal, pero no podía caminar por la angustia, rabia, pena y miedo a encontrarme con ellos u otros acosadores.

        Fui a la casa de una conocida a buscar ayuda. Me dejó entrar y me dio un vaso de agua. Le conté, y me dijo que los acosadores vivían a un par de cuadras de distancia, pero que no sacaba nada denunciándolos porque ni Carabineros ni la PDI podían hacer algo. Desilusionada, esperé un rato y me fui a mi casa. Llamé a mi amiga para decirle que no iría a su casa porque me habían acosado. Estaba aterrada, me sentía vulnerada y violada. No respetaron mi metro cuadrado. Jamás le conté  a mi madre lo sucedido y hasta el día de hoy no sabe. Desde aquél día, nunca más salí con vestido a la calle.

        Lamentablemente, he vuelto a vivir el acoso callejero: hace poco me rosaron con la mano en Avenida Recoleta. Ha pasado tantas veces, que trato de no salir a la calle, porque no hay ninguna ley que ampare nuestros derechos como mujer, ninguna que los encarcele. ¿Quién cuida a las mujeres que somos prácticamente violadas psicológicamente?

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          Hace unos días, iba en el Metro a las 7.30 de la mañana. Había poca gente, de hecho nadie empujaba. Pero, había un tipo que me apretaba insistentemente. Él estaba lejos de los pasamanos y mantuvo los brazos abajo todo el camino. Cuando llegamos a la estación Universidad Católica y el tren se detuvo, sentí un fuerte golpe en el hombro derecho y justamente, tengo problemas en esa  parte del cuerpo. No fue un golpe accidental. Uno se da cuenta de eso, porque dejó caer todo su peso sobre mí y enterraba su codo en la parte blanda de mi hombro. Lo encaré, y me respondió “¿y qué tanta huea que te pegue? Soy hombre, tengo derecho a pegarte”. Me asusté, pero estaba tan enojada que volví a enfrentarlo. En ese momento, me empujó y yo, le respondí con otro empujón. Se abalanzó a pegarme y un joven lo detuvo.

          En la tarde, volví a subirme al metro. En estación Tobalaba, en la hora peak vi a una niña quejándose y con los ojos llorosos. Luego, me di cuenta que un viejo sentado la acosaba y sus dos amigos se reían. Cuando llegamos a Escuela Militar, vi cómo los dos tipos tomaban de las manos a la niña y la sentaban en las piernas. Ahí reaccioné y la ayudé. El hombre dijo frases como “pero si a ella le falta pico y yo tengo de sobra”. Llegamos a Manquehue y ambas nos bajábamos. La tomé del brazo, estaba muy asustada. Una señora los increpó y se quedó con nosotras hasta que llegaron los guardias.

          En ambos casos, los acosadores creían que tenían derecho a tratarnos así. ¿Hasta cuándo vamos a aguantar que piensen que tienen derecho sobre nosotras?

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            El día viernes 30 de enero debía ir a una tocata cerca del metro Santa Ana. A pesar de mis miedos de que me miraran por andar con mini o me dijeran algo asqueroso que no quería escuchar, decidí salir con algo que me hacía sentir muy linda. Cuando llegué al Metro, eran las 9:30 de la noche. Me bajé para salir por el lado de la Línea 2, cuando estaba a punto de cruzar las puertas, recibí una llamada al celular. Cuando contesté, se me acercó un tipo de unos 45-50 años, de contextura gruesa, que me dice “cosita, te subiría la falda y te haría de todo, aquí mismo”. Los primeros 15 segundos, me sentí tan culpable por haberme puesto esa falda, pero luego analicé bien la situación recordé tantos testimonios  de muchas chicas que publican sus historias en OCAC, que sentí que no debía tener miedo, no debía sentirme culpable y que nadie, NADIE, puede decirme algo que no quiero ni necesito escuchar y que yo jamás tendré la culpa de que un hombre me mire como un objeto. Le respondí con todas mis fuerzas, le dije viejo asqueroso, debería darte vergüenza, podría ser tu hija, y aunque no lo fuese, debes respetarme porque no necesito tus “cumplidos” asquerosos, viejo verde. Quizás cuantas otras cosas más, que con la adrenalina del momento ya no me acuerdo. Olvidé completamente que estaba hablando con alguien por teléfono. Luego de todo el frenesí, el tipejo éste, me mira y dice “¡ah! Qué te crees, pendeja fea”. Al final, la rabia fue más y no seguí el debate. Después de este horrendo rato en el Metro, me sentí desprotegida. Claro, logré mi objetivo que fue responderle, que no se fuese impune y victorioso, pero me di cuenta de que habiendo tantas mujeres y hombres ahí, nadie fue capaz de decir nada, de parar al tipejo o simplemente detenerse a escuchar. Como mujeres, por lo menos, yo trataría de cooperar, pero es como si la gente estuviese resignada respecto de esto. Aunque no sea su trabajo meterse, ni siquiera había un guardia a quien pudiese recurrir en caso de que este tipo quisiera devolver a pegarme o algo. Es realmente penoso.

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              Hace un rato, un tipo que perfectamente podría ser mi abuelo, me gritó a lo lejos alguna estupidez que incluía algo así como partirme entera. Como acostumbro, le devolví un “hoyúo” y mucha rabia y, como también suele suceder, él se comenzó a burlar de mí: “miren la maraca culia, ¿qué se cree?”. En realidad, no sé qué me creo hoy día, parando la mano a hueones que me triplican en edad para que me dejen andar tranquila en la calle. Se me había olvidado que el día de la mujer ya había pasado.

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                Siempre que salgo a la calle, me preocupo de salir vestida par tratar de evitar chiflidos y piropos. En general, son los maestros de las construcciones los más piroperos. Pero el relato que voy a contar no tiene nada que ver con ellos. Fui acosada sexualmente por un hombre vestido con terno. Se veía una persona de clase alta, con educación.

                Estaba cruzando una pasarela en la comuna de Las Condes y, al finalizar dicho trayecto, sentí la presencia de un hombre muy cerca mío, detrás de mi espalda. Tuve miedo, porque pensé que me iban a asaltar. Al voltear, veo a ese hombre de aproximadamente 30 años, grabando mi trasero con su celular, a pocos centímetros de mi cuerpo. Lo encaré y le dije: ¿¿Qué onda?? Me dijo: ¡Perdón! y salió corriendo.

                Yo estaba en estado de shock y no alcancé a gritarle ni a perseguirlo. Cuando empecé a recordar lo sucedido, me di cuenta de que el tipo estaba grabando debajo de mi falda, que era suelta hasta la rodilla, cero provocativa. Tengo rabia de no haber podido pegarle una cachetada o haberle sacado una foto para denunciarlo.

                Sé que lo que me pasó no es nada al lado de lo que le pasan a miles de mujeres de este país. Pero siempre es bueno denunciar cualquier tipo de acoso, ya sea físico, verbal o audiovisual. Aunque las mujeres seamos bonitas y estupendas, eso no les da derecho a los hombres a vernos como objeto sexuales, ni menos a acosarnos. No podemos permitir que esto siga sucediendo.

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                  Iba camino a mi trabajo, con una camisa a rayas suelta y que me tapa el trasero, unos pantalones de tela y mis botines con taco. En la escalera mecánica, adelanté a un hombre  (de unos cuarenta y tantos) y pasé por el lado suyo. Yo iba con mis audífonos, pero con la música apagada. Al pasar junto a él, me dijo: “shhh, mmmh, cosita rica, uy amor”, de una forma tan asquerosa. Alcancé a subir dos peldaños, cuando no pude contener la rabia y es asco, así que decidí encararlo. Le dije “ordinario, qué te creís”. A lo que él me dijo “y qué tanto si estai entera buena”. En eso llegué arriba de la escalera y me detuve para encararlo nuevamente, increpándolo, le dije que era un ordinario. Entonces él se puso choro. Me asusté, pero no bajé los hombros y me puse firme, con la rabia que tenía le di un palmazo en la cabeza. Él me empezó a insultar, entonces me puse a gritar y  llamar al personal del Metro, él se fue corriendo como un bandido.

                  Luego me lo topé en la micro y cuando se bajó y desde abajo me gritó fuerte “MARACA”. Luego de haber vivido esa experiencia tan desagradable, yo me pregunto, más encima ¿maraca? ¿por defenderme y no dejar que me insultara? Basta ya se abusos, yo no tengo un gran físico no soy una modelo ni nada, soy rellenita con todo lo que dios me dio, jamás ando provocando tampoco, pero me encantaría poder caminar como quisiera en público sin tener que soportar que me invadan o me digan groserías.

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                    No sé cuántos años llevo aguantando que me griten en la calle. Hace un par de años empecé a pelear con aquellos que me acosan, pero más de una vez me he sentido avergonzada y no he sentido la fuerza y las ganas para gritar algo de vuelta o ponerme a pelear.

                    Hoy iba bajando en bicicleta por Santa Isabel, cuando dos tipos en una camioneta pasaron a mi lado chiflando y tocando la bocina. Les hice un gesto, volvieron a pasar a mi lado y a hacer lo mismo. Cuando los encontré en el semáforo, les grité que no era un perro para que me silbaran, que me respetaran. Lo único que conseguí fue que me siguieran por diez cuadras, chiflando, tocando la bocina y gritando. De pasada otro par de tipos más se sintieron con el derecho de gritarme.

                    Siento rabia e impotencia, al ver que haciéndome respetar no consigo nada y que quedarme callada sólo significa aceptar estas conductas en silencio. No pienso quedarme callada nunca, por más que me desgaste. Soy voluptuosa, prácticamente cualquier cosa que me ponga implicará tener el cuerpo a la vista y eso que hace años que uso escote. Soy “gusto de maestro”, como me
                    dijeron alguna vez, por mi copa D, mis caderas y mi poto. Sé que eso no justifica que expresen su opinión de mi cuando no la deseo.

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                      Me pasa siempre cuando salgo y lo detesto. No hay día en que pueda salir tranquila, sin que un imbécil me grite algo, me toque la bocina o blah, blah, blah. Llegó un momento en que no quería ni salir, porque no me quería amargar el día con ese tipo de cosas, porque es algo que realmente te quita el ánimo del día, te llena de impotencia y ya no quieres ni volver a salir. O, por lo menos, no salir sola. Hasta que fue tanta la rabia, que en las calles perdí todo lo señorita, gritándole a los tipos o haciéndoles el típico “hoyuo”, porque ya estoy harta.

                      Pero lo  más asqueroso y terrible que me ha pasado en las calles y que me hizo salir una furia terrible, fue una vez en la que iba caminando por el centro de Santiago. Pasa un tipo y me mira con una cara de imbécil, como si nunca hubiese visto piernas en su vida el muy idiota. Suelo usar shorts en verano, porque no quiero morir de calor. Bueno, sigo caminando y el tipo muy cara dura se devuelve y me dice al oído -lo que me dio un asco enorme- “con ese poto, mamita, qué no te haría”. Y no satisfecho con eso, el muy cerdo me da un agarrón, pero con tantas ganas que me hizo sacar una furia y le planté un combo en toda la cara al muy imbécil. También le grité un par de cosas. El gil quedó helado y yo con una mezcla de indignación, rabia, impotencia y un asco tremendo.

                      Detesto que una tenga que pasar por este tipo de cosas cuando sale, no soporto los “piropos”, odio las miradas de babosos, odio al típico viejo verde que no se aguanta las ganas de decirte algo. En fin, creo que este tipo de actos son una falta de respeto total, ¿estos tipos no tiene madre acaso? Con este tipo de cosas no dan ganas de salir a la calle y ahora que mi hermana chica tiene que ir al colegio sola, para mí es terrible pensar que le pueda pasar algo como eso.