siguiendo

    0 2316

    principal testimonios

    Así fue, un día transitando por el metro. Estaba haciendo la combinación en Tobalaba, cuando siento una respiración en la nuca y de pronto una voz lasciva que me dice:

    – Mmmmmh… qué no te haría, mi amor.

    Me di vuelta en seguida, indignada, para encontrarme con un hombre que podría haber sido mi padre, pero desaseado, asqueroso… repulsivo. Me dio tanta rabia… y con este nuevo sentimiento de empoderamiento, decidí responderle. Así, de forma cordial, pero transmitiendo mi enojo, le dije:

    – Señor, ¿por qué no me deja caminar tranquila mejor?

    El hombre me miró confundido, luego indignado y después con una mirada burlesca me dijo:

    – Te estaba diciendo que te cuidaras. Que te cuidaras de mí, por ejemplo.

    Su respuesta me dejó atónita. No pude decir más que “sí, claro”, y dejarlo pasar. Ni siquiera decirle algo de forma respetuosa lo hizo pensar que lo que hacía no tenía justificación. Todo ese sentimiento de valor desapareció al mero instante en que su mirada burlesca apareció.

    Unas mujeres de mi edad -alrededor de los 20 años- se me acercaron para preguntarme qué había pasado. Me dijeron que el viejo asqueroso estaba pegado detrás mí hace rato, escaneándome con la mirada. El hecho de que ellas se acercaran a hablar un rato, me hizo sentir fuerte de nuevo. No tengo por qué dejar de defender mi derecho de transitar tranquila. Quizás ellas me escucharon y quizás algún hombre también me escuchó. Espero algún día me pidan disculpas en vez de ofenderse y contestarme estupideces.