Cuando se nos pregunta sobre los piropos, silbidos y esas cosas, a muchas personas se les hace raro que algunas mujeres respondamos que nos molestan. Estando en el colegio, no lo entendía, pero ahora que uno crece se va dando cuenta de lo insoportables e incómodos que son.
Por desgracia, en Chile, aún no se ha aprendido que ese tipo de cosas nos hacen sentir mal, incómodas y algo temerosas.
Un día yendo del metro a mi casa -diez o quince minutos a pie-, conté tres tipos que me silbaron o me dijeron piropos, desde que subí por la escalera mecánica. Me bajó una mezcla de enojo extremo y pánico tremendo. El enojo fue porque los piropos, miradas y acoso en general lo hacen cobardes que después de decirnos algo o mirarnos se van sin ningún resentimiento; el pánico, porque a una se le pasan mil y una cosas por la cabeza, entre ellas un toqueteo o una violación.
Confieso que me gusta mucho usar faldas y zapatos, pero sin provocar. Para que no se malinterprete: piensen en una estudiante universitaria promedio, entre 18 y 22 años, usa transporte público todos los días a diferentes horarios (el más tarde a las 17 hrs.), no trabaja sino que sólo estudia en la universidad. Establecido el perfil, imaginen que se sube al metro, hora punta y lleno a reventar. Todas las mujeres sufrimos un miedo tremendo cuando nos damos cuenta de que nos están mirando, y no es necesariamente los ojos: muchas hemos sorprendido a hombres que nos miran el escote o las piernas. A la vez, vamos pendientes de dos cosas o más: que no nos roben, que estemos bien afirmadas para no caernos, que no nos toqueteen y, peor aún, tenemos que estar atentas a que no nos graben debajo de la ropa.
Agreguemos la sanción social que a veces nos hace sentir culpables de cómo nos vestimos. Si bien en casa y en las tiendas compramos la ropa o zapatos a nuestro gusto y la probamos o nos vemos en el espejo antes de salir, es en público cuando se sufre. No sólo de hombres. Algunas mujeres, la mayoría de ellas de avanzada edad, miran a las mujeres jóvenes, que nos preocupamos de nuestra apariencia con una cara nunca antes vista. Recuerdo haber ido camino a clases en Metro y al frente mío se sienta una mujer de 50 años o más, que no me quitó la vista hasta que se bajó del tren. Mi falda no era tan corta, a la rodilla o un par de centímetros sobre ella. Todavía no entiendo por qué la mujer me miraba todo el trayecto, de pies a cabeza, como inspeccionando para saber si era una persona “decente” o no.
Pero volvamos a los hombres: tienen la cobardía de decirnos cosas molestas y de acosarnos. En vez de decir frases aberrantes y al borde de la violación, podrían ocupar esa osadía para respetar a las mujeres. Mirarlas a la cara cuando les hablan y tener normas mínimas de comportamiento, no sólo ante las féminas, sino que ante la sociedad en general.
NO ES NORMAL andar por la calle acosando a las mujeres. Si los delitos de violación, violencia física y verbal y la pedofilia están penados no sólo por las leyes de este país, sino que por las del mundo y son hechos reprochables por casi todos los habitantes del globo, tanto como la segregación social, el racismo o la discriminación…. ¿por qué el acoso callejero, que lleva muchas veces a la violación, no se considera delito? Es una tarea que tenemos pendiente y que debe empezar por un cambio social, consistente en denunciar y apoyar a las mujeres que sufren con estas frases y acosos reiterados y que son perpetuados por cobardes y poco hombres. Y mujeres… no cambien el modo de vestir y de ser por estos sinvergüenzas. Sean felices siendo ustedes mismas.