sola

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    Hace un par de años fui a estudiar a la universidad, así que tuve que vivir sola, caminar sola, moverme por la ciudad sola. De chica, me incomodó mucho pasar cerca de muchos hombres ya que siempre me miraban y gritaban cosas. Con el tiempo fui superando eso y ya no sólo me incomodaba, sino que también me daba rabia; con cualquier ropa alguien podía decir algo.

    Entre varias malas experiencias, hubo una que me asustó más que las demás. Salí de mi casa un día de primavera con una falda y una blusa que me encantaba. Mi pololo me sugirió ponerme pantalón o algo así para que no me sintiera mal en la calle, ya que podían decirme algo. Yo no quise, hacia calor y me encantaba esa ropa. Cuando salí de la casa, di dos pasos y un tipo en un auto comenzó a gritarme de todo. Casi se salía por la ventana del auto, mirándome y gritándome las cosas sexuales que haría conmigo. Habían varios autos, y muchas personas pasaron por mi lado. Caminé media cuadra con él siguiéndome al paso, hasta que acercó el auto a mi y se estacionó. Ahora me gritaba y me miraba de frente. Todos vieron y nadie le dijo algo. Yo le gritaba también que dejará de acosarme, que era un pervertido, que era mi cuerpo, etc. Estaba aterrada y con tanta rabia, no se cómo me atreví a pegar una patada en su auto y salir corriendo. Corrí unas cuadras y no pude más, solo me senté en la vereda mientras lloraba desconsolada, con mucho miedo. Me habían pasado situaciones incómodas en el centro o en otros lugares, pero el que fuera al salir de mi casa y que nadie fuera capaz de decir algo, me hizo sentir insegura y culpable.

    Hoy, escribo a las 02.00 de la madrugada porque desperté con una pesadilla de esa situación que viví. Son tantas las situaciones de ese tipo que pasamos desde niñas, que cuando sé que tendré que andar sola, tengo pesadillas horribles mientras duermo. Son cosas que a veces parecen tan normales para los demás, pero que una no la dejan ni dormir.

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      Yo vivo en Copiapó desde hace 5 años, anteriormente vivía en Santiago. Llegué a esta ciudad por temas académicos y si bien me gusta este lugar, desde que llegué aquí he sentido una gran cantidad de acoso callejero. Esto va desde que me digan improperios hasta que me muestren una película pornográfica a través de un celular. Lo que me pasó ayer, 25 de agosto del 2016, es lo que me saturó, y de verdad creo que hay que hacer algo con respecto a este tema.

      Iba caminando desde la feria hacia mi casa, eran alrededor de las 12 del día y miraba hacia abajo, ya que me molestaba el sol. Cerca mío escucho a alguien toser, por lo que reaccioné a mirar. Cuando levanté un poco la cabeza, me di cuenta que era un hombre que me estaba mostrando su pene. Dejé de mirar, solo continué mi camino mirando hacia abajo y le respondí gritando unos improperios. Él no reaccionó, no dijo nada solo se quedo ahí, oculto.

      Este tipo de situaciones me dan mucha rabia y me hacen sentir desprotegida, porque tengo claro que si hubiera llamado a Carabineros, esto hubiera quedado en nada.

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        El 30 de Agosto del 2016, cuando me dirigía al Metro después de una junta con una amiga, el nivel de acoso callejero al que (lamentablemente) me veo expuesta a diario, subió de nivel. Esta vez no me acosaron verbalmente, esta vez ME TOCARON y respondí. En esta ocasión mi acosador cruzó los límites de mi reacción y me paralicé. No supe qué hacer, no lo esperaba. Sentí un fuerte golpe en mi trasero y, como si fuera poco, agregó una frase de connotación sexual. Inmediatamente identifiqué a mi agresor huyendo en bicicleta delante de mí, mientras yo analizaba lo ocurrido y le pedía a mi cerebro que me explicara qué había pasado. ¿Por qué siento dolor? ¿Me tocó? ¡ME AGREDIÓ! ¡UN EXTRAÑO ME AGREDIÓ! Y no sólo me acosó, me humilló. Porque yo, teniendo un punto de vista radical y más que firme con respecto a este tipo de situaciones, sentí vergüenza, a pesar de saber que no fue mi culpa, a pesar de que mi grito de furia y llamado de atención aletargado dijera lo contrario. Luego, vino la incontrolable rabia de saber que mi cuerpo dejó de ser mío en esos segundos, dejé de ser persona y fui un objeto a sus ojos, a esos asquerosos ojos.

        Cuando llegué a mi casa, aún me dolía el violento golpe, pero a pesar de eso mantuve silencio. Me guardé la rabia, porque sabía que si le contaba a mi mamá, su atención se iría al hecho de que regresé muy tarde. Frustrada y con ganas de no quedarme paralizada (como lo estuve en ese momento) quise escribir y compartir lo que está a continuación:

        Hoy un hombre más se creyó el cuento de la superioridad, se creyó la mentira del machismo, se creyó con derechos sobre mi cuerpo y reprimió mi libertad. Hoy un hombre me acosó manifestando su opinión sobre mi apariencia (que nadie pidió) y se sintió con el derecho a tocarme violentamente al pasar. Pero lo más terrible fue reconocer, luego de la violación a mi espacio personal y privado, su juventud entre la cobardía que dejó el viento de su bicicleta. Es irrefutable que el patriarcado sigue pariendo más acosadores cada día, como hijitos pródigos y violentos de un sistema podrido.

        ¿Qué esperan de las mujeres los acosadores? NADA, porque no esperó a que le hablara, no esperó mi aprobación para acercarse, ni tampoco mi percepción de lo que hizo. Lo único que buscan es reafirmar el poder que la sociedad les ha otorgado sobre el cuerpo femenino. Es por esto que decido publicarlo, porque no podemos normalizarlo más, no puedo llegar y acostarme como si nada. Justificándolo con que era de noche, que mis jeans son apretados, que andaba sola. Hay que entender que no hay justificación y que, como él, hay muchos que andan por la calle y por la vida creyendo y transmitiendo las mentiras que les han hecho creer generaciones de machotes acosadores, abusadores y cobardes. La degeneración no se justifica, se combate.

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          En el momento que viví esta situación tenía aproximadamente 14 años y recién estaba empezando a andar sola por la ciudad. Iba camino a la casa de un ex, alrededor de las 11 de la mañana por calle Moneda con Cumming. Estaba muy nerviosa, porque era temprano y sabía que el barrio no era el mejor. De repente, apareció un grupo de personas entre los que venía un tipo mirándome desde lejos y caminando hacia mi. Caminó, siempre con la vista fija en mi, hasta que llegó y tocó mi entrepierna a la pasada. Me tocó sin mayor remordimiento y me susurró algo al oído que no entendí bien. Luego, siguió caminando como si nada. Quedé en blanco sin saber qué hacer, solo seguí caminando, a punto de llorar. Esto sucedió con muchas personas de testigo, hombres y mujeres, y nadie hizo ni dijo algo. Cuando logré llegar donde mi ex, al ver lo consternada que estaba, él se río en mi cara de lo sucedido. Lo tomó como una broma, cambió el tema y ahí quedó.

          Cinco años después continúo recordando esto. No le he contado a nadie en profundidad, ni siquiera a mi mamá. Cinco años después, comienzo a aprender que esto es considerado como un evento de acoso callejero de tipo traumático; y vaya que tiene sentido. Han pasado muchos años y sigo recordándolo como si fuera ayer: cada vez que salgo sola, cada vez que camino por ese lugar (que evito a toda costa), cada vez que me gritan algo en la calle o, simplemente, cada vez que veo a alguien sospechoso en la calle.

          Por eso les pregunto a los acosadores, ¿en serio creen que hacer estas cosas es subirles el autoestima a las mujeres? No, no nos sube el autoestima. Nos trauma de por vida. Hago el llamado a pensar un poco, a ver más allá y a empatizar con quien está a tu lado.

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            Estaba paseando a mi perrita al frente de mi edificio, cuando vinieron dos ciclistas y me dijeron “que rica esa empanadita te la comería toda” y “te lamería todo ese culito”. Yo con impotencia les respondí “cochinos de mierda vengan a decírmelo a la cara”. Ambos se alejaron, gritándome más groserías de la misma índole. Me sentí tan vulnerable e impotente que me puse a llorar al llegar a mi casa.

            Les relato mi historia, porque sólo quiero que esto se legisle. No quiero que a nadie más le pase este tipo de cosas y que nadie se sienta tan mal como yo me siento ahora.

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              A lo largo de mi vida he sido acosada a diario, pero lo que más me marcó sucedió hace dos años. Eran cerca de las 22.00 horas, estaba oscuro y salí de mi departamento para ir a dejar a mi novia al colectivo. Cuando iba de vuelta, un tipo pasó en un auto a baja velocidad, me miró y sonrío mientras se masturbaba. Rápidamente atravesé la calle asqueada y sin poder creerlo.

              Aceleré el paso y el tipo comenzó a seguirme por la calle. De repente se subió a la vereda y me bloqueó el paso. Atravesé la calle, asustadísima, creyendo que el tipo se iba a bajar del auto o qué sé yo. Volvió a cruzarse en mi camino y detuvo el auto, esta vez frente a mi departamento, por lo que sin pensar corrí sin pensar antes que el tipo hiciera cualquier cosa. Mi madre no sabía cómo tranquilizarme, lloré por horas. Aún temo salir de noche y cada vez que un auto aparece en la oscuridad se me aprieta el corazón.

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                Siempre digo que el machismo nace en casa. Así es en mi hogar, mi padre, el único hombre de la familia, hasta hace un par de años, siempre me hizo saber que le habría gustado tener un varón como primogénito. Yo, por querer hacerlo sentir orgulloso de mí, le pedí que me pagara el curso para conducir. Después de mucho insistir lo hizo, amenazándome para que no reprobara porque era muy caro y que no me tenía fe.

                En fin, en mi primera clase me tocó un profesor de unos 25-30 años de edad. Esperó a que nos  alejáramos unas cuadras de la escuela para empezar a decirme cosas obscenas al oído y tocarse. Nunca había sentido tanto miedo en mi vida. Yo no sabía conducir y él me obligó a hacerlo en la primera clase y con esas distracciones. De vuelta en la escuela me agarró y me dijo que si le contaba a alguien me reprobaría el curso ($200.000) y que tenía que elegirlo como profesor único. Me fui corriendo y llorando. Las 11 clases siguientes fueron cada vez peores: un par de días después me empezó a tocar los pechos; a la semana siguiente, la vagina. Se insinuaba cada vez que pasábamos por un motel; decía que pasáramos a su casa, que no estaba lejos; me metía los dedos en la boca, me jalaba el pelo y por sobre todo, se masturbaba. Terminé el curso y aprobé (nunca me había esforzado tanto por algo en mi vida).

                La escuela de conductores es la única que hay en mi comuna, está a 15 minutos de mi casa. Ha pasado casi un año y él aún se pasea por mi barrio, me sigue, me grita cosas y la última vez que pude conducir fue cuando di el examen al inspector municipal. No hay día que no recuerde su cara, sus botas, su asquerosa sonrisa, su forma de caminar, todo. Pero lo peor es que  mi papá tenía razón, aun sin saber lo que pasó: si hubiera nacido hombre, esto jamás habría pasado.

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                  Cuando era chica (aproximadamente unos seis años), mi mamá me llevó con ella a su entrega de empanadas en el centro de la ciudad. Una vez allí, me quedé afuera del local jugando con palitos de helado que recogí del suelo. En eso se me acercó un hombre de unos 35 años que se veía desarreglado, tenía pelo largo y usaba lentes oscuros. Se quedó mirando por un rato, lo miré y en mi interior sentí una voz que me dijo que entrara al local donde estaba mi mamá. Entonces entré, le dije a mi mama y ella salió a ver. El tipo se fue rápidamente y desde ahí que sufrí un trauma, me daba miedo salir a la calle sola. Además comencé a usar buzos oscuros y muy holgados, y siempre me amarraba un polerón a la cintura para que me tapara el trasero. Afortunadamente, como a los 13 años logré superarlo. Hoy me siguen diciendo cosas en la calle, pero no me han vuelto a toquetear.

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                    No recuerdo que edad tenía exactamente, pero cursaba sexto básico. Ese día quedé de juntarme con mi hermana mayor. Se suponía que debía esperarla cerca de su liceo a la hora de salida, pero llegué diez minutos antes y quise hacer hora en la esquina que estaba al frente de la puerta de entrada. Pasaron los minutos y yo seguía ahí, pero ya no sola.

                    Un hombre de unos treinta años pasó por mi lado y me miró. Yo, inocente, le devolví la mirada y sonreí. Al cabo de unos segundos él se devolvió y se puso al lado mío, pero sin decir una sola palabra. Me sentí demasiado invadida y me quería ir. En eso vi a dos personas que se aproximaban y como ya faltaba poco para la salida de mi hermana me quedé. El tipo, que ya estaba prácticamente pegado a mi, me preguntó dónde quedaba la calle Brasil. Lo miré apenas, pero pude ver en su cara una sonrisa que me incomodó. Traté de darle las indicaciones para que se alejara, pero él me dijo: “¿Qué?” y se acercó más. Sentí un olor desagradable a alcohol, entonces le hable más fuerte, pero él no se daba por aludido y seguía a la misma distancia con su sonrisa de galán. Me dijo: “No sé cómo llegar, ¿por qué no te vas conmigo?”. ¡Quedé helada!

                    Luego, me volvió a abordar con preguntas como por qué razón estaba ahí y si estaba sola. Le respondí que no estaba sola y que mis papas eran los que venían acercándose. El hombre se alejó de inmediato, pero para mi desgracia las personas que venían entraron a una casa, así que nuevamente se acercó, pero ahora ya no sonreía. Estaba enojado y de su bolsillo sacó $400 y me los ofreció, yo no los quería recibir pero me tomó de las manos y las puso de a una en mis palmas diciendo que podía comprarme un helado porque era linda. Yo estaba al borde de las lágrimas, no me podía mover, sentí mis piernas pesadas y él comenzó a tironear.

                    Pasaba gente, pero nadie interfería, solo miraban y hacían vista gorda. Hasta que apareció un hombre que se dio cuenta que algo raro sucedía. Dejó su bolso en el suelo y comenzó a ver la hora en su celular justo en frente de nosotros. Gracias a eso el acosador me soltó un poco. Tenía mucho miedo pero me di valor y corrí hacia el hombre del bolso. Entre sollozos le dije que me ayudara. Me miró y me dijo: “Te salvaste”. Mientras el

                    No sabía si gritar, pero la gente miraba y hacían como que no veían nada, hasta que apareció un hombre con un bolso y se dio cuenta de que algo raro sucedía. Dejó su mochila en el suelo y comenzó a ver la hora en su celular parado cerca del tipo. Gracias a eso, el acosador me soltó del brazo, y yo me di valor para correr hacia el hombre del bolso. Entre lágrimas le pedí que me ayudara y me dijo: “Te salvaste”, mientras el victimario me gritaba: “¡Puta de mierda!”.

                    Luego del episodio el hombre del bolso me acompañó hasta una Comisaria. Cuando llegamos entré a una habitación y declaré lo que me había sucedido. Al rato llegó mi papá y solo en ese momento me pude sentir segura. Camino a casa mi padre me dijo que no debía andar sola, menos en una esquina que daba mala impresión, y agregó que debía aprender a defenderme.

                    Me sentí culpable por mucho tiempo, tenía pesadillas recordando lo sucedido y me daba miedo salir a la calle. No podía entender qué había hecho mal. Me culpaba por haber ido ese día, por haber estado sola, por usar falda. Durante mucho tiempo pensé que yo había ocasionado que ese hombre pensara que yo era una prostituta por haber estado sola y parada en una esquina.

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                      Iba a encontrarme con mi mamá en el supermercado. Es un camino habitual que hago, ya que me queda al lado de mi casa. Me acuerdo que andaba con ropa suelta, sin escote y un enorme chaleco café que me tejí hace un tiempo. Estaba hablando con una amiga por celular. Por la calle, en sentido contrario, venía un ciclista, de sexo masculino y de aproximadamente unos veinte años. Pasó  y sonrió. Luego de eso me agarró una pechuga y siguió su camino.

                      ¡Quedé helada! Jamás me había pasado algo así, menos pensé que lo haría un ciclista que son socialmente reconocidos como tan “buena ondas”. Me enojé mucho y sin pensar me di vuelta y con toda mi fuerza le tiré el celular en la espalda, y le grité muy fuerte un garabato. Nadie hizo nada. Me sentí sumamente vulnerable, porque habían violado mi intimidad. Ya no creo en los ciclistas, los miro con recelo, y cuando se me acercan me aparto. Cuesta volver a confiar después de haber vivido algo así. Uno se pregunta, ¿Sabrán el tremendo daño qué pueden causar sus acciones?