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    Me dirigía al Metro Macul a eso de las 8:00 de la mañana, vistiendo un abrigo y calzas de polar (lo explicito para que no aparezca el comentario de la vestimenta que tan usualmente se utiliza para culpabilizar a la víctima). Cuando pasaba frente a un supermercado, un tipo en bicicleta de unos 40 años de edad me detuvo para preguntarme una dirección. Me saqué los audífonos y traté de guiarlo. Hasta ahí todo bien, pero cuando me dio la mano para darme las gracias, me jaló hacia él para darme un beso en la boca. Yo sólo atiné a apartarme y di un grito agudo de sorpresa y miedo. El tipo se volvió a acercar para tratar de darme nuevamente un beso y yo me fui lo más rápido que pude. Mientras me alejaba me gritaba “un besito en el chorito”.

    La situación me dejó en shock y sentí rabia conmigo misma por no haber reaccionado de otra forma (siempre llevo conmigo un gas pimienta para un eventual peligro). No obstante, lo que más me molestó fue la reacción de algunos amigos varones e incluso un chico con el que estoy saliendo, quienes se rieron de la situación, pese a lo vulnerada que me sentí. Ahora me da miedo ayudar a la gente en la calle por el temor a que me ataquen de nuevo.

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      Quisiera compartir mi historia sobre el acoso sexual callejero, pero también analizar un tema del que se habla poco y del que para variar de culpa a la mujer, que cuando denuncia, nadie le cree.

      Yo estaba trabajando de promotora de electrodomésticos en un supermercado, unos meses antes de entrar a la universidad, era noviembre. Aun así, tenía que usar un uniforme de invierno, pantalones y blusa, que me quedaban gigantes. Nunca creí que alguien se pudiera pasar algún rollo conmigo, porque me veía más cabra chica de lo que era y súper poco agraciada. Pero me equivoqué.

      Todos los días, cuando llegaba, tenía que limpiar el módulo donde trabajaba. Todos los días, también, llegaba un guardia que me ponía muy incomoda, porque me quedaba mirando fijo y se daba la vuelta por detrás para mirarme el poto. Hasta que me irritaba al máximo y tenía que preguntarle si iba a estar toda la mañana mirándome o iba a trabajar. Ahí se iba.

      Yo quedaba con mucha rabia, no podía decirle nada, hasta que un día decidí hablar con su jefe, un tipo al que le decían “Alfa”. Le expliqué que todos los días este guardia me acosaba y me tenía cansada. Lamentablemente fue para peor, el jefe se rió de mi cuando le conté y me trató de exagerada. Me dijo que ese era el trabajo de los guardias: mirar a la gente que entra al supermercado y a los empleados para que no “anden robando”. Lo único que hizo fue llamar al tipo decirle en frente mío para avergonzarme textual : “La señorita se siente incómoda con usted trabajando al lado, parece que le gustai”.

      Y los dos se rieron de mí como si fuese muy divertido todo, ningún respeto por lo mal que me sentía. Una mujer que trabajaba en el supermercado me dijo que el tipo tenía varias demandas por acoso sexual a trabajadoras del mismo local.  Según me dijo, el jefe había intentado violentar a una guardia en un turno de noche y había agarrado pechugas y potos a otras mujeres del mismo supermercado, que también lo tenían demandado, pero el seguía trabajando ahí.

      Con todo esos antecedentes, me di cuenta que no podía hacer nada contra el otro tipo que me miraba, si su mismo jefe era un degenerado. En ese momento no se hablaba del acoso ni tenía una red de apoyo para que pudiese denunciar lo que me pasó, ahora creo que podría haberme defendido y denunciarlos a los dos.

      Ojalá se eduque sobre el acoso y no sólo se hagan leyes que nadie respeta, porque acá en Chile se confunde el acoso con “ser cariñoso” con el o la compañera de pega. O con “ser cercano”, creen que ser cercano es toquetear al otro, o con “ser preocupado” para estar mirando todo el rato a la otra persona y hacerla sentir incomoda.