tocaciones

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    Debido a que no me gusta estar encerrada, suelo salir harto. Supongo que eso aumenta mis probabilidades, tal vez sólo es mala suerte, o simplemente las calles están llenas de acosadores, o todas las anteriores. Estas son mis experiencias:

    La primera vez que me acosaron era súper chica, iba como en séptimo básico. Estaba con ropa de colegio junto a mis amigos jugando videojuegos adentro de un supermercado, cuando vino un tipo y me tocó una pierna. Yo grité y les dije a mis amigos y uno de ellos salió persiguiendo al tipo en cuestión. Yo fui donde un guardia y este me dijo: “¡Déjelo!, que no le pegue su amigo porque él es enfermito y viene siempre para acá y hace esas cosas”. Quedé impactada al saber que lo dejaban hacer esas cosas con tranquilidad a cabras chicas de colegio y quién sabe a cuántas más. Me enojé muchísimo y quise insultar al guardia. Ahí aprendí que tienes que defenderte solita y defender a las demás.

    En otra ocasión, ya más grande, yo estaba sentada en la micro al lado de la ventana y un viejo se sentó junto a mí como cualquier persona no más. Yo iba con el bolso sobre las piernas y de un momento a otro sentí algo extraño en mi cadera, levanté mi bolso y era la mano de este viejo que iba en dirección a mi entrepierna. Le pegué en el brazo, lo empujé, me senté más atrás y le grité como pude porque no me salía la voz, le dije: “¡Viejo degenera’o!”. Algunas personas se dieron cuenta, pero él ni se inmutó. Se bajó cuatro paraderos más adelante, justo en el que me tenía que bajar yo, así que preferí bajarme después y darme una vuelta gigante por otras calles. Me arruinó el día, tenía demasiada rabia por lo ocurrido, por no haber actuado diferente y haber hecho algo más.

    En otra, yo iba en el Metro cuando un viejo me tocó el trasero, lo agarré del brazo, lo miré a los ojos y le dije: “Cuidadito con las manos hueón” y le enterré las uñas unos buenos segundos. Sonó la puerta y se bajó corriendo. Una señora me felicitó.

    Una vez vi a un viejo que iba punteando a una niña como de 14 años y le dije: “¡Oye!, córrete de atrás de la niña, la micro tiene harto espacio pa’ atrás”. El viejo se desfiguró entero y se fue calladito. La cabra no entendiendo nada, se avergonzó.

    También me ha tocado escuchar a viejos que le gritan a escolares y yo les grito de vuelta o me voy caminando al lado de ellas cuando es de noche. Es raro y es lindo eso. En las micros las mujeres nos sentamos con las mujeres y en las calles oscuras y paraderos también se forman silenciosos grupos de mujeres que se acompañan porque, de una manera u otra, todas sabemos que es difícil y peligroso. Además, si algo pasa, solo otra mujer te puede entender y ayudar.

    Es súper estresante caminar por la calle, sobretodo en Santiago (en otra región me relajo un poco). Yo defiendo mi espacio con uñas y dientes. Si un tipo se me pone muy cerca me corro, lo alejo o lo encaro.

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      En el momento que viví esta situación tenía aproximadamente 14 años y recién estaba empezando a andar sola por la ciudad. Iba camino a la casa de un ex, alrededor de las 11 de la mañana por calle Moneda con Cumming. Estaba muy nerviosa, porque era temprano y sabía que el barrio no era el mejor. De repente, apareció un grupo de personas entre los que venía un tipo mirándome desde lejos y caminando hacia mi. Caminó, siempre con la vista fija en mi, hasta que llegó y tocó mi entrepierna a la pasada. Me tocó sin mayor remordimiento y me susurró algo al oído que no entendí bien. Luego, siguió caminando como si nada. Quedé en blanco sin saber qué hacer, solo seguí caminando, a punto de llorar. Esto sucedió con muchas personas de testigo, hombres y mujeres, y nadie hizo ni dijo algo. Cuando logré llegar donde mi ex, al ver lo consternada que estaba, él se río en mi cara de lo sucedido. Lo tomó como una broma, cambió el tema y ahí quedó.

      Cinco años después continúo recordando esto. No le he contado a nadie en profundidad, ni siquiera a mi mamá. Cinco años después, comienzo a aprender que esto es considerado como un evento de acoso callejero de tipo traumático; y vaya que tiene sentido. Han pasado muchos años y sigo recordándolo como si fuera ayer: cada vez que salgo sola, cada vez que camino por ese lugar (que evito a toda costa), cada vez que me gritan algo en la calle o, simplemente, cada vez que veo a alguien sospechoso en la calle.

      Por eso les pregunto a los acosadores, ¿en serio creen que hacer estas cosas es subirles el autoestima a las mujeres? No, no nos sube el autoestima. Nos trauma de por vida. Hago el llamado a pensar un poco, a ver más allá y a empatizar con quien está a tu lado.

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        Desbloqueé este recuerdo cuando descubrí que había normalizado las situaciones en las que mi intimidad fue violentada, cuando me empecé a conocer y valorar como mujer. Ese día dejé de culparme por aquello y me di cuenta que el machismo es el único responsable.

        Era domingo, verano y hacía el típico calor infernal de Santiago. Salí con short corto y una polera ajustada, evidentemente buscando capear el calor. Doblé por el pasaje hacia el negocio y venía un tipo moreno, de baja estatura y con cara de no ser del sector. Se paró frente a mi, cortando el camino y me tocó. Tocó mi vagina y siguió caminando, como si nunca me hubiese visto. Con solo 12 años no entendí muy bien lo que pasó, pero sabía que nadie debía tocarme ahí sin mi autorización. Volví a la casa, sin decir nada de lo que pasó, me encerré en la pieza y jugué mucho rato tratando de no pensar. Luego me vestí, o más bien me tapé, como se visten las señoritas “decentes” y desde ese día evité usar short y faldas cuando estuviese sola. Solo acepté nuevamente la ropa linda y ajustada cuando salía con mis papás o con alguien que me brindara seguridad.

        Desde ese día el acoso no se detuvo. Me demoré mucho tiempo en aceptar que me gustara, me tocara. A veces, cuando alguien en el Metro o en la calle se acerca mucho, tengo esa sensación de parálisis que todas sentimos cuando somos vulneradas, pero sé que hoy tengo que defenderme. Hace 12 años no tenía idea, porque normalicé estas situaciones e incluso asentí ante aquellos comentarios de: “Deberías sentirte halagada, eres bonita y a los hombres les gustas”.

        Ya me saqué esa venda de los ojos, pero quedan mis sobrinas, mis futuras hijas, mis amigas y las hijas de mis amigas. Todas en una sociedad que nos sigue culpando por nacer femeninas y coartando la libertad de transitar libre, sin miedo por los espacios que por derecho también nos pertenecen.

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          Hace tres años aproximadamente, iba caminando a mi casa de vuelta de la universidad después de haberme quedado estudiando hasta tarde cuando, de un segundo a otro, un tipo me tomó por la espalda como si me estuviera abrazando y me pidió el celular. Me dije a mí misma: “¡cresta!, me van a asaltar”, y entré en pánico. Me tenía afirmada de tal forma que no podía moverme, por lo que no tenía como entregarle mi celular que estaba en mi mochila. El tipo me insistió reiteradas veces hasta que le dije: “si me sueltas, te lo paso”. Fue en ese instante que terminé en el piso, en unos arbustos que había al costado de la vereda. Ahí fue cuando comenzó una agresión de tipo sexual, empezó a tocarme y a golpearme; no sé de dónde saqué fuerzas para patalear y gritar muy fuerte, tanto así que el tipo me tapó la boca para que me detuviera. Lo único que sentí en ese minuto fue miedo y creí que la mejor forma de defenderme era morderle la mano. Para mi suerte, cerca había un colegio y un condominio, y los guardias de estos dos lugares escucharon y comenzaron a caminar hacia donde yo estaba. Fue en ese instante en el que el tipo salió corriendo, sin robarme nada. Sin embargo, me quedé con una sensación de entre rabia, vergüenza y miedo. Hasta el día de hoy, cuando es de noche sufro cuando paso por ese lugar sola, muchas veces pido que me vayan a buscar al paradero o le pido a mi pololo, quien vive bastante lejos de mí, solo para no caminar sola. Sé que no tengo que vivir con miedo y que tengo que hacer algo para que este tipo de situaciones no le ocurran a otras mujeres. Por eso, me he preocupado de informarme con respecto al tema del acoso callejero. Además, cuando me he enfrentado a situaciones en las que recibo gritos o acoso del tipo verbal, trato de responder aunque sé que quizás no voy a lograr mucho; incluso, cuando he visto que otras mujeres se enfrentan a situaciones similares, intento ayudarlas porque tuve la suerte de haber recibido ayuda. Pero insisto, esto no es algo que le debiese seguir ocurriendo a ninguna mujer.

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            La iniciativa, que fue despachada por unanimidad desde la Cámara de Diputados, deberá ser revisada ahora por la comisión de Constitución del Senado.

            La presidenta y directora Ejecutiva del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) Chile, María Francisca Valenzuela y Bárbara Sepúlveda, respectivamente, dieron inicio esta semana una serie de reuniones de intereses que sostendrán con distintos senadores, con el fin de solicitar que se inicie la revisión del proyecto de ley de “Respeto Callejero”, que tras ser aprobado por unanimidad en la Cámara de Diputados el pasado 12 de abril, debe comenzar su tramitación legislativa en la comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento de la Cámara Alta.

            Al respecto, la abogada y directora Ejecutiva de OCAC Chile, Bárbara Sepúlveda, explicó que hasta el momento “no existe una fecha cierta de revisión del proyecto en la Comisión, ya que requiere que el presidente de la instancia (Pedro Araya) lo coloque en tabla. En virtud de ello, estamos teniendo encuentros con los integrantes de esa instancia para conseguir que eso suceda”.

            El proyecto de ley – impulsado por OCAC Chile y que ingresó el 17 de marzo del año pasado al Congreso Nacional- busca implementar una sanción penal para el acoso en espacios públicos y semi públicos, como comentarios con connotación sexual verbales y no verbales, la captura de imágenes o videos, y actos con contacto físico como tocaciones indebidas, además del exhibicionismo, masturbación y persecución, delitos que no están tipificados en la legislación actual.

            La iniciativa ha logrado un amplio respaldo ciudadano, como también entre los parlamentarios de la Cámara Baja del Congreso, desde donde fue despachado en primer trámite constitucional por unanimidad. Ante esto, Bárbara Sepúlveda destacó que se espera que durante su curso en el Senado “siga la misma senda”.

            “Confiamos en las y los senadores para que representen el mayoritario sentir ciudadano que este proyecto ha planteado. En este sentido, más de 12 mil personas han firmado apoyando el proyecto y la sociedad chilena ya se ha manifestado tajantemente en contra del acoso callejero. La realidad nos ha mostrado que urge contar con esta ley, ya que día a día surgen nuevos casos en donde se lesionan violentamente los derechos de las personas, principalmente de mujeres, niños y niñas”, precisó.

            Con todo, la directora Ejecutiva de OCAC Chile hizo un llamado al Ejecutivo a poner urgencia al proyecto de “Respeto Callejero” en el Congreso, sobre todo, luego que la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, comprometiera durante su discurso del 21 de mayo el apoyo del gobierno a las iniciativas que busquen erradicar la violencia de género.

            Las audiencias para buscar respaldo al proyecto de ley, se realizarán con todos los senadores de la comisión de Constitución, que está integrada por Pedro Araya (IND), Alfonso de Urresti (PS), Alberto Espina (RN), Felipe Harboe (PPD) y Hernán Larraín (UDI).

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              Tenía 12 años cuando ocurrió. Debía de tomar locomoción a mi hogar después del colegio, así que decidí tomar la micro y sentarme atrás. No me di cuenta que había un hombre sentado en la misma corrida de asientos, quien al momento de bajarme, me siguió hasta la puerta y me tocó violentamente la vagina. Yo iba vestida de uniforme, con la falda hasta las rodillas, sin provocarlo.

              Bajé desconcertada y llorando ¡Solo quiero que se haga justicia y se nos respete por siempre!

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                Siempre usé pantalones de colegio por mi comodidad, pero cuando tenía que dar una disertación, obligatoriamente tenía que ir con jumper. Era casi fin de año, hacía mucho calor y estaba agotada.

                Tomaba una micro en la granja que me dejaba muy cerca de mi casa y para mi “suerte” iba vacía, por lo que me pude sentar en el mismo paradero que subí. Conmigo se subió un vendedor ambulante y se sentó a mi lado. No tardó en hablarme y cordialmente le contesté. No debió haber pasado mucho hasta que puso su mano en mi pierna y luego la sacó. Pensé que lo había hecho sin querer hasta que lo volvió a hacer, pero esta vez más cerca de mi vagina y diciéndome que me veía preciosa con jumper, y que me venía viendo desde hace días. Quedé en shock, pero luego de unos segundos le pegué como pude y le grité ante toda la micro que era un viejo verde, que yo podía ser su hija o nieta, que gente como él debería estar muerta y que se podía ir a la mierda, que no me iba a quedar callada. Él solo se bajó de la micro y las señoras que iban a esa hora no hicieron nada. Sin embargo, una sí. Me basurió como pudo, diciéndome que era mi culpa por andar con jumper, que yo provocaba, que era una pendeja ordinaria y que si ella fuera mi mamá no me dejaría andar sola y que obviamente me educaría más, porque a la gente mayor no se le falta el respeto.

                Me quedé callada y me senté. No quería pelear con nadie más, pero me sentí realmente mal. Eran mujeres que en vez de entenderme, me culparon por todo.

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                  Hoy, a las 08:30 hrs., venía doblando por la esquina de Castellón con Carrera, en Concepción. Y un hombre, si es que se le puede llamar así, me acoso sexualmente en la vía pública. Me dio un agarrón en la vagina. Yo quedé estupefacta y como se dio a la fuga, no pude reaccionar de ninguna manera.

                  Este sujeto tenía alrededor de 45 o 50 años, medía alrededor de 1,70 cm., era moreno, de ojos café, pelo negro (corto y con partidura al lado). Andaba vestido con jeans y una chaqueta azul eléctrico con una guincha blanca en el pecho.

                  Nadie me prestó ayuda, puesto que solo iban dos personas y no vieron muy bien la situación. Luego de que pasó esto, arranqué porque me dio miedo que el tipo me siguiera. Cuando iba a la altura de Freire con Castellón, el tipo volvió a la esquina donde me atacó y sin ningún temor (me imagino que esperando a otra víctima).

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                    Estudio Diseño Industrial, por ende, a lo largo de mi carrera he necesitado adquirir materiales de construcción. Como no todos son asequibles en grandes ferreterías, terminamos yendo a avenida Matta o 10 de Julio, lo cual ha resultado siempre incómodo para las mujeres, ya que no importa cómo una esté vestida, siempre te miran de forma depravada y te gritan cosas, da igual si están caminando en la acera del frente, en la misma o van en su auto: te gritarán de todo. Como queda cerca de la universidad, decidimos ir con nuestro overol de trabajo, pero empeoró la situación. Como si la fantasía sexual de estos acosadores fuera una joven de la constru que perfectamente podría ser su nieta.

                    En fin, dentro de todo, me considero una mujer con bastante suerte respecto de lo vivido en acoso sexual callejero. Afortunadamente, no he sufrido tocaciones de ningún tipo, solo miradas y gritos de viejos asquerosos. Sin embargo, la experiencia que vengo a contar la considero la peor de todas (al menos para mí).

                    Necesitaba encontrar un tornero para que me realizara un trabajo, por lo que fui a avenida Matta. Mientras realizaba mi búsqueda, me detuve en un carrito de sopaipillas en avenida Matta con San Diego, las estaban recién preparando, por lo que estuve un momento parada esperando junto a una pareja. Al poco rato, apareció un hombre que también quería comprar sopaipillas. Era de contextura delgada, de unos 53 años, con polera azul y gorra de la Universidad de Chile; medía alrededor de 1,70 cm., o quizás un poco más. No lo miré a la cara, pero sentí que él lo hacía y que además se había parado lo suficientemente cerca como para hacerme sentir incómoda. Erróneamente, quise pensar no me estaba mirando y que quizás me pasaba películas. Fueron como dos minutos pero se me hicieron eternos, solo quería salir de ahí. Apenas las sopaipillas estuvieron listas, la pareja sacó las suyas y yo también saqué la mía. En eso, el tipo tomó el frasco de mayonesa y me dijo: “¿mayonesa?”.

                    Fue ahí cuando lo miré a la cara por primera vez, al verlo me invadió una sensación de querer salir corriendo. Pero de forma educada respondí “no, gracias” y me fui caminando rápido. No quería hacer un escándalo sin tener pruebas, solo quería alejarme lo antes posible. No alcancé a llegar a mitad de la cuadra cuando me di cuenta que este tipo iba atrás de mí. Intenté seguir caminando como si no pasara nada hasta que llegué a una tienda de electrónica y entré. Los vendedores salieron a atenderme, entonces les dije “creo que me están siguiendo” asegurando en todo momento que “no estaba segura”. Afortunadamente se asomaron rápido a la entrada para vigilar al tipo que acababa de pasar y me dijeron que me quedara adentro. Ahí confirmaron que estaba en lo cierto, pues el tipo varias veces volteó a ver si salía del local.

                    Me quedé un rato, intentando calmarme hasta que el tipo desapareció. Le conté a mi pololo y se preocupó. Ahora, siempre que tengo que volver a ese lugar, intenta acompañarme para que no me vuelva a pasar algo así. La verdad es que agradezco el gesto, pero encuentro el colmo que para poder caminar un poco más tranquila por la calle, deba andar acompañada (si tengo que hacerlo lo hago igual, pero siempre con cuidado).

                    Actualmente, cada vez que paso por esa esquina recuerdo al tipo ese y me pongo en estado de alerta esperando a ver si vuelvo a encontrarme a ese asqueroso. Por lo mismo, tampoco he vuelto a parar en ese carro de sopaipillas.

                    Lo único positivo que pude sacar de esa experiencia, fue la reacción de mi papá cuando le conté. Él se reía del acoso callejero, del Observatorio, decía que las mujeres hacíamos escándalo por los “piropos”. Sin embargo, cuando le conté y se dio cuenta del verdadero peligro que podía correr, se tomó en serio el tema y empezó a escucharme. Ahora valora la acción del Observatorio Contra el Acoso Callejero.

                    Pero a lo que a mí respecta, creo que es un episodio que no olvidaré nunca y espero que cuando llegue el día que tenga una hija, no tenga que vivir con este miedo a salir a la calle, ni a la gente.

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                      Soy chilena, pero hace casi 9 años que vivo en Barcelona. Habían pasado 6 años desde que no iba a Chile. Cuando por fin fui, me gustó ver a mi familia, amigos y a mi barrio. Estaba todo bien, hasta que empecé a salir a la calle; casi de inmediato, me agarraron el trasero, me gritaron obscenidades y me molestaron incluso cuando iba con mi madre. No podía salir tranquila con mis amigas, ya que los hombres nos insistían hasta el agobio. Me enfermó la situación. Desde que vivo en España, hace casi 9 años, lo peor que me han dicho es ”guapa”. Sin embargo, casi nunca me dicen cosas así; salgo a la hora que quiero, vestida como quiero y sin miedo. Cuando me preguntan por qué me fui de Chile yo respondo: “porque ser mujer ahí es una mierda”. Hoy tengo un bebé, y no quiero que se críe en una sociedad tan violenta con las mujeres. Es por esto que no tengo interés en volver.