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    En la micro que tomo a diario de regreso a casa, se sube un hombre de edad avanzada. Este tipo se masturba y al parecer nadie se da cuenta, o al igual que yo lo hacen pero no quieren tener problemas. Varias veces lo vi haciendo cosas raras con las manos, pero por lo general se coloca algo en su regazo para taparse. Sin embargo, ayer fue mucho más descarado, pero me dio miedo grabarlo o encararlo, porque sentí que nadie me iba a apoyar.  Ahora me siento culpable por no actuar, pero de verdad en ese momento sentí que si hacía algo no iba a pasar nada y que el tipo volvería a masturbarse en la micro que, por cierto, debo tomar todos los días. Lamentablemente, no he podido contarle a mis cercanos.

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      Cuando iba en cuarto medio, estaba usando la falda de uniforme y con mi polerón de generación nuevo. Nos subimos a la micro con mis compañeras, porque íbamos a comer algo en la Plaza de Maipú. Estábamos a punto de bajarnos y nos pusimos en la puerta, cuando de repente sentí que alguien se puso detrás de mí, pensé que se iba a bajar también. Sin embargo, sentí que me agarraron el trasero como si giraran una manilla de una puerta. Me apretó tan fuerte que salí corriendo de la micro a llorar, no pude reaccionar, ver su cara, decirle algo o contarles a mis compañeras. Nadie sabe en mi casa que me pasó eso. Traté de olvidarlo, pero es imposible y tampoco se puede hacer algo.

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        La cantante y actriz juvenil se abanderiza en la lucha contra el acoso callejero y nos cuenta porqué decidió sacar la voz por esta causa y dar a conocer el Estudio “Jóvenes y acoso sexual callejero: opiniones y experiencias sobre violencia de género en el espacio público”. Se trata del primer sondeo de acoso sexual callejero elaborado por INJUV con la asesoría de OCAC Chile.

        —¿Por qué quisiste ser parte de esta iniciativa y de la campaña Juventud Sin Acoso, organizada por INJUV y OCAC Chile?
        —Básicamente me motivé a participar, porque creo que con mi testimonio puedo ayudar a que las generaciones más jóvenes tomen conciencia sobre qué realmente significa “el acoso callejero”, y cuáles son las consecuencias psicológicas con las que deben lidiar quienes han sufrido de este tipo de actos. Además, es un tema que no se habla mucho entre las personas, por lo que en la medida que vayamos poniéndolo como una semilla en el desarrollo de los jóvenes, vamos a poder generar una sociedad con mayor conciencia y respeto.

        — ¿Has sufrido de acoso callejero? ¿Hay alguna experiencia que te haya marcado?
        —Sí, infinitas veces. Siempre me he movido en transporte público y cuando era pequeña hubo un acto que me afectó bastante. Tenía 14 años y mientras esperaba la micro en un paradero, un vendedor de helados abusó de mí físicamente: me agarró súper fuerte el poto. Antes me habían pasado episodios de acoso, pero con gente cercana a mi edad y siempre me defendí. Pero en este caso fui violentada por un mayor, en la calle y sola. Me sentí tan frustrada, triste y vulnerable… Sobre todo porque nadie hizo algo a pesar de mis gritos. ¡Este tipo de cosas no le pueden pasar a nadie!

        — ¿Sientes que lo que te pasó es una realidad que con frecuencia viven muchas mujeres?
        —La verdad es que siendo bien realista creo que lo que me pasó en aquella ocasión, es lo mínimo que sucede en el día a día de las personas que viven en este país. Las cifras de abusos contra la mujer son increíbles. Muchas veces este tipo de situaciones se callan, porque el acoso callejero está establecido en nuestra sociedad como algo que no es tan importante. Por eso creo, que campañas como la que hizo OCAC Chile junto a INJUV (Juventud Sin Acoso), sirven para que se generen cambios.
        Hay que recordar que años atrás nadie podía alzar la voz y manifestar su malestar; hoy está la posibilidad de poner opinar libremente y discutir sobre ciertos temas.

        —Actualmente se está tramitando en el Congreso un Proyecto de Ley con el que se espera terminar con estas prácticas, ¿qué opinas de esto?
        —Me parece bien que se esté haciendo algo, porque la gente a simple vista ve el acoso callejero como algo inofensivo y suelen decir: “Ay bueno, pero cómo no le va a gustar”. Siendo que en realidad es un cáncer de actitudes y pensamientos que propician este tipo de situaciones. Como país y personas, deberíamos hacer un auto análisis sobre estas materias y ver cómo podríamos aportar con un granito de arena para hacer verdaderos cambios. En ese sentido, pienso que junto con una ley, el cambio tiene que ir de la mano con educación. Educación que debería partir en el interior de los hogares, para luego extenderse a colegios.

        — ¿Por qué piensas que la educación es tan importante?
        — Porque la violencia de género ataca en varios aspectos de nuestra cotidianidad y muchas veces no nos damos cuenta. Por ejemplo, en la televisión, que es un medio muy masivo, constantemente se dan instancias en las que se atenta contra la dignidad de la mujer y se muestra como algo normal, que es correcto. Por eso, estimo que es fundamental que comencemos a educar a nuestros cercanos y, en especial, a los jóvenes que están creciendo.
        Todos merecemos vivir en libertad y con la seguridad de salir a la calle, sin sentir miedo a que te puedan abusar con una palabra o con algún gesto ofensivo que, inevitablemente, lleva a situaciones que podrían ser aún más graves.

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          principal testimoniosFue hace dos semanas. Iba por Providencia de pie en la micro y con la espalda apoyada en la ventana. En eso, se subió una mujer de unos 40 años (yo tengo 29 años). Aunque no había tanta gente, se puso justo delante mío. Al rato comenzó a correrse para atrás y a rozarme el pubis con su trasero. Le toqué el hombro y le dije: “Disculpa, no puedo correrme más atrás”. Se hizo la loca. Pero unas cuadras más adelante volvió a rozarme y con más ganas, como “perreando”. La gente alrededor miraba con asombro, pero nadie hizo o dijo algo. Reconozco que usé la fuerza, la empujé, me puse en otro lugar y después me bajé. Quedé desconcertada, es tan raro ser acosada por una mujer. Pero finalmente me siento igual de vulnerada

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            Ya han pasado 9 años desde que fui acosada y cada vez que lo recuerdo se me aprieta el pecho.  Tenía 12 años, estaba en plena adolescencia, pero a pesar de ello yo era bien niña; prefería mil veces jugar a las muñecas que pintarme o dedicarme a los estudios, hasta que un día mi inocencia se vio interrumpida.

            Un viernes después del colegio, a eso de las 14:00 horas, me subí a una micro por Av. Santa Rosa para después hacer la combinación en el Metro y poder ir a la casa de mi abuela que quedaba al otro extremo de la ciudad. Cuando por fin llegué a la estación de  Metro me di cuenta que no tenía pase, así que tuve que abortar la idea de ir donde mi abuela y devolverme a la casa. Tomé nuevamente una micro y me ubiqué en los asientos que están al lado de la puerta y mirando en dirección del chofer. Fue ahí cuando me percaté que enfrente mío había un señor de unos 60 años de edad, con cabello descuidado y que me miraba fijo. La situación me incomodó así que volteé la mirada hacia la ventana, pero él siguió con su vista en mi. Entonces me di vuelta y lo miré con ojos desafiantes. Sin ninguna clase de vergüenza el hombre sacó su lengua y la pasó una y otra vez por su boca, haciendo gestos obscenos. Luego se paró y se sentó detrás mío. Me asusté tanto que me bajé en el primer paradero que pude. Quedé con el corazón apretado y asqueada.

            Esa fue una mi primera experiencia de acoso callejero, la más aterradora, pero no la única.

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              Era un lunes de verano e iba en el metro camino a mi casa junto a un amigo como a eso de las 22:00 horas. Estaba sentada junto a la puerta del vagón, cuando un tipo de unos 40 o 50 años empezó a mirarme fijo. Poco a poco comenzó acercarse, hasta pararse justo frente a mí. Como yo iba junto a la puerta pensé que bajaría. Pero no, se quedó sin dejar de observarme con una cara de desquiciado que jamás olvidaré. En ese momento, el tipo hizo un movimiento y sacó de su mochila un cortaplumas. Se la puso en la mano con la que iba afirmado para ocultarla. Pasaron varias estaciones en las que él solo me miraba. Como estaba prácticamente sobre mí, yo no podía hacer nada. Con la vista intenté pedir ayuda mirando a la gente para que se diera cuenta que algo pasaba, hasta que el sujeto se sentó enfrente. Abrió la cortaplumas y la movía de forma amenazante. Ahí logré pararme, encararlo y decirle: “Qué te pasa huevón”, tratando de avanzar por el vagón haciendo escándalo para romper el pánico que sentía y llamar la atención de las escasas personas que estaban a esa hora en  el metro. El tipo comenzó a  avanzar tras de mí. Llegamos a una estación y se bajó, pero siguió amenazándome desde el andén.

              Fue un episodio traumático. Ahora siento miedo al transitar sola de noche, que alguien me mire mucho en el metro o en cualquier otro lugar público. Este hecho se escapa un poco de lo que conocemos como acoso callejero, pero lo pongo en igualdad de condiciones, porque cuando alguien te intimida en la calle, uno se siente insegura y débil frente la situación. No puedo dejar de pensar en que ese tipo, que estaba completamente loco, de seguro no habría hecho lo mismo si yo hubiese sido hombre.

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                Iba de regreso a casa. Me subí a la micro 201 y a la altura de Amunátegui, se subió un imbécil y se sentó al lado mío. Se puso a rapear, empezó a cantarme al oído cosas obscenas y a tocarme la pierna. El hijo de su madre estaba pasado a cerveza.

                Ante una cosa como esa reaccioné, me paré y le dije que no lo conocía y que no debía tocarme.  Le pedí que se fuera (aunque no lo crean, sin un puto garabato). Me trató de “gila culiá” y un millón de obscenidades más, mientras me acercaba al torniquete del chofer. Traté de hablar pero no me salió palabra alguna. Miré y miré al chofer mientras el imbécil me gritaba estupideces, pero el conductor siguió como si nada. ¡El huevón inmutable!

                Este idiota se fue a sentar atrás y yo me senté en los asientos preferenciales de adelante. Fue ahí cuando me percaté que no estaba sola. Atrás mío había una pareja y dos hombres. En total eran cuatro hombres -contando el chofer- más una mujer, y ¡no dijeron nada! Es más, un par de cuadras después la tipa se murió de la risa al ver que el acosador, antes de bajarse, golpeó la puerta que daba a mi asiento y gritó más improperios.

                Quería dejar una denuncia o una constancia, pero me dijeron que si no tocó mis partes íntimas, no podía hacer nada. Por último, atiné a decir algo y caminar hacia adelante.  Si hubiese sido más tímida, quizás qué habría sido de mí.

                 

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                  Soy una joven de 18 años. Cuando iba destino a mi trabajo, la micro iba demasiado llena. Al lado mío se encontraba un hombre metalero que, al verlo, me dio mala espina. Yo iba con vestido, cosa que nunca me pongo. Era la primera vez que lo usaba. El tipo iba muy pegado a mí, lo empujaba con mi codo para que no estuviera cerca mío. Cuando me iba a bajar, el hueón degenerado me tocó mi parte íntima. Lo único que atiné fue a putiarlo. ¡Había tanta gente y ninguna persona pudo ayudarme! Desde ese día que ya no me atrevo a ponerme un vestido.

                  Llegué llorando a mi trabajo, ¡me sentía sucia! Qué chucha tienen los minos en la cabeza. Hasta dónde llegará la morbosidad y depravación.

                  Si quieres enviarnos tu testimonio, puedes hacerlo aquí.