trauma

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    Iba camino a la escuela. Esperaba el bus y se me acercó un tipo que, por sus rasgos, no tenía más de 20 años. Me empezó a pedir hora, luego me preguntó dónde iba y mi edad, me pareció raro, así que me negué a responder y mentí acerca de mis datos personales. Una vez que vino el bus él se subió conmigo, se sentó a mi lado e intentó seguir averiguando cosas de mi. Cuando me bajé me siguió, me iba preguntando cosas y yo lo evadía. Cuándo al fin entré a la escuela me sentí aliviada, pero no por mucho tiempo. Lo vi varias veces afuera esperándome, mis amigas me cuidaban al menos. Puede que no me haya acosado físicamente, pero me causó daño psicológico con su acoso. Hasta el día de hoy sigo con miedo a salir sola. Nunca lo hablé con nadie de mi familia. Mi mamá siempre ha dicho que una tiene la culpa de que le pasen estas cosas, y como iba con falda seguro me culparía más.

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      El día 29 de enero iba de vuelta a mi casa a eso de las 3:00. Me había juntado a conversar con una amiga en Providencia y tomé una micro en Bilbao. Generalmente tomo taxi para evitar acosos, pero esta vez andaba sin plata. Me bajé en Bilbao con Salvador y de la misma micro se bajó un tipo. Me empezó a seguir y se me acercó para preguntarme hacia dónde quedaba una calle y yo le respondí. Después, empezó a acercarse cada vez más y me agarro el trasero con mucha fuerza, a lo que reaccioné y lo insulté preguntándole: “¿¡qué hueá te pasa!?”. El me respondió textualmente: “quiero tocarte el choro po’, ¿¡qué tanta hueá!?”, con una actitud muy agresiva. Cada vez sentía más miedo, lo insultaba, pero él me respondía con cosas cada vez más violentas, con amenazas y apuntaba a cómo estaba vestida, como si yo estuviera mostrando piel o queriendo que me acosaran. A medida que pasaba el tiempo, me paralizaba y asustaba más y más. Mientras él me gritaba cosas de índole sexual y se acercaba con la intención de arrinconarme. Logré correr al paradero más cercano mientras él se alejaba como intentando esconderse.
      Dos hombres que estaban en el paradero me calmaron. Les conté lo que pasó y me dijeron que me quedara tranquila y que ellos se preocuparían de que llegara bien a mi casa. Afortunadamente llegué bien, pero casi no dormí esa noche. Sigo traumada, con miedo y con mucha rabia con la esperanza de que esto sea considerado un delito.

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        Tengo 20 años y frecuentemente sufro de acoso callejero, sin embargo siempre me defiendo y defiendo a todas las personas que lo sufren. Yo vivo en Independencia, en una población llamada J.A.R.

        El jueves pasado, salí a las 7:20 horas de mi casa camino a la universidad, doblé en un pasaje para llegar al paradero y vi que por al lado mío pasó una moto y se estacionó frente a una casa, como si fuera a buscar a alguien. Yo seguí mi camino y cuando iba llegando a la avenida principal, alguien me agarró por detrás. Me tapó la boca con un brazo, sin dejarme respirar, mientras que con el otro tocó mi vagina. Me dijo al oído: “Quédate tranquila, si te quiero tocar no más”. Intenté zafarme y él me tiró al suelo pegándome un combo en la cabeza y patadas en mi brazo. Yo grité en busca de ayuda, y cuando me pude levantar a decirle groserías e intentar defenderme, él ya se estaba yendo. Le dije que qué se creía por tocarme y golpearme así, pero me volvió a pegar en la cabeza en la cabeza, diciéndome que caminara y que me fuera. El tipo se subió a su moto y se fue a toda prisa. Quedé en shock. En eso apareció un caballero con su hija y me trató de ayudar, pero no pude hablar. Tenía rabia, miedo y me sentía vulnerable. Después apareció un amigo, lo abracé, rompí en llanto y le pedí que me llevara a casa.

        Cuando llegué le conté de inmediato mi mamá. Me sentía demasiado débil y lloramos juntas. Luego llamamos a Carabineros. Ellos llegaron súper rápido, me llevaron a constatar lesiones y fueron muy buenos conmigo. Me encantó su trato porque hicieron que el proceso fuese lo más rápido posible para irme a mi casa.

        Apenas llegué a mi casa caí en la realidad. Fue el día más largo de mi vida, ya que repetía una y otra vez la situación en mi mente. Fueron mis amigas y familiares a verme y trataron de distraerme. No pude dormir en la noche y al otro día fue lo mismo. Estaba cansada de preguntas como “¿por qué no anotaste la patente?”, “no tienes que salir sola”, “debes andar con más cuidado”, “tienes que estar tranquila, pudo haber sido peor”; como si eso le quitara importancia a lo que me sucedió o como si me hiciera olvidarlo. Estoy tan cansada del argumento de: “Podría ser tu hija”, ¿por qué no me respetan por el hecho de ser persona? ¿Por qué no puedo estar en paz en la calle o ir tranquila a estudiar?

        Hoy, aún recuerdo el momento a cada rato. No tengo ganas de hablar con mis amigas o amigos, me da miedo salir, no me siento segura en el lugar donde vivo y ya no me puedo defender cuando me acosan en la calle, lo que me atormenta. No tengo ánimos de socializar con nadie, estoy tan vulnerable que lo único que quiero es retroceder el tiempo y borrar ese horrible momento.

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          Tengo 25 años, soy una profesional del área de las ciencias sociales y procuro trabajar por el bienestar de otros. El camino ha sido difícil.

          La primera vez que me sentí violentada fue a los 16 años mientras iba camino al colegio. Todas las mañanas un vecino mayor, de 60 años, se sentaba al mi lado cuando viajábamos en la micro. Un día me tocó y al mirarlo, él me pidió que no dijera nada. Al comienzo creí que no había sido intencional, pero luego volvió a tocarme y yo lo enfrenté. Llegué a mi colegio y no hice más que llorar de impotencia. Después con mis padres establecimos una denuncia en Carabineros y con el tiempo nos citaron a la Fiscalía para declarar. En aquella ocasión, el persecutor me señaló que no tuviera esperanzas, porque por lo general estas denuncias no terminaban en nada.

          Han pasado cerca de 10 años, he vuelto a ver a este hombre en distintas ocasiones, y me sigue generando miedo. Algunas personas creen que hacer este tipo de actos puede ser insignificante, pero pienso que poca gente dimensiona el daño que esto produce en las víctimas. En mi caso tuve que enfrentar un tratamiento psicológico, ya que afectó mis relaciones interpersonales. Comencé a sentir miedo a los hombres, miraba con desconfianza las muestras de cariño y dejé de sentirme cómoda con las ropas más llamativas.

          Es por esto que escribo mi testimonio, porque estoy cansada de sobrellevar una situación que atentó contra mi voluntad y que me ha perjudicado tanto. ¡Es necesario que todos y todas terminemos con el acoso y volvamos a sentirnos seguros y seguras en nuestros propios espacios!