Miss California nació en 1924, en Santa Cruz. Por décadas el concurso se desarrolló en paz, con jovencitas blancas desfilando en traje de baño por el borde de la playa. Hasta que en 1980 apareció una mujer que calzaba perfecto con el estándar de belleza del certamen, pero que gritaba “equal pay, not beauty contest”, usando un vestido hecho con trozos de carne: Ann Simonton.
Ese año, Simonton y varias feministas crearon Myth California, una parodia del concurso. “Queríamos derribar el mito de la american dream girl”, explica Simonton. Myth California se realizaba el mismo día de la premiación de Miss California. Sacaban carros alegóricos a la calle, decorados con frases como “Women’s bodies are not for profit” y Simonton modelaba usando collares de vienesas y vestidos de bistec, mientras sus compañeras cargaban carteles que decían “Judge meat, not woman”. Las funas congregaron a tanta gente, que se habló de ellas hasta en Chicago, a 3 mil kilómetros de California. Y fue tanto el escándalo, que en 1985 el concurso se cambió de Santa Cruz a San Diego y Simonton pasó dos semanas en la cárcel.

En 1986, para la primera versión de Miss California en San Diego, Simonton viajó. Se presentó teñida rubia y con un vestido elaborado con 13 kilos de carne de pavo. Había mucha gente y mucha prensa. Frente a las cámaras, Simonton sacó una rasuradora y se rapó la cabeza. “Es hora de respetar a las mujeres por quiénes son, no por cómo lucen”, dijo. Miss California, otra vez, tuvo que cambiarse de ciudad.
En total, protestaron durante ocho años y Simonton fue detenida once veces. Lo paradójico es que la mujer que exilió a Miss California de dos ciudades no provenía del feminismo, sino del modelaje.
Simonton modelaba desde los 14 años. Sus fotos en traje de baño aparecieron en Seventeen, Glamour y Cosmopolitan. A los 22 años estaba en la cima de su carrera: trabajaba para la Eileen Ford Modeling Agency, recibía ofertas de Hollywood y ganaba 30 mil dólares al año. Hasta que una noche salió del metro para ir al trabajo y tres hombres la amenazaron con un cuchillo. Llevaba dos meses viviendo Nueva York. Los tipos la llevaron a un parque y la violaron en grupo.
—Entonces me golpeó la revelación de que lo que yo hacía contribuía a la violencia contra las mujeres.
Simonton nunca más modeló. Volvió a Santa Cruz, se convirtió en activista y fundó Media Watch, una organización feminista que analiza el discurso de prensa, radio y televisión. Pasó de ser objeto de los medios a ser sujeto crítico de ellos. Su historia es un clásico del feminismo estadounidense y su manifestación inspiró el famoso vestido de carne de Lady Gaga.
Ahora, sentada en un café de Santa Cruz, muestra unos autoadhesivos diseñados en Media Watch, que advierten sobre los estándares distorsionados de belleza que proliferan en la publicidad y analiza el discurso de los medios en las últimas Olimpiadas y en la actual campaña presidencial estadounidense.

—En estas últimas Olimpiadas se habló mucho de sexismo. ¿Es algo nuevo o es una crítica que reconoces desde antes?
—Hay una película de los 90: Playing Unfair, que explica la discriminación a las mujeres en el deporte. Te la recomiendo. Es una crítica que aparece cada vez más. ¿Por qué siempre nos retratan a partir de nuestras emociones? “Ay, mira cómo llora”. Es ridículo. Obvio que tenemos emociones, somos humanas. Cuál es el problema de los hombres que pretenden ser de roca. En los 80 protestábamos porque a las mujeres con guagua o con la regla les prohibían competir. O les hacían exámenes de ADN y descartaban a las que tenían demasiada testosterona. Una discriminación increíble. ¿Por qué no tenemos competencias entre hombres y mujeres? Creo que les da miedo.
—Necesitamos esa mezcla.
—¡Claro! Las hermanas William probablemente harían pebre a estos tipos en un segundo. Las mujeres y los hombres pueden nadar o correr largas distancias. Nuestros cuerpos no son tan distintos. Lo bello es que tenemos más similitudes que diferencias.
—Los medios refuerzan mucho el discurso de la diferencia.
—Les aburre lo que tenemos en común. Hay un libro de Cordelia Fine que explica que los estudios sobre las diferencias de los cerebros entre hombres y mujeres son pocos y están mal diseñados. Lo que muestran es que un hombre actuaría igual que una mujer en determinada situación, como consolar a una guagua. Que no es actuar como mujer, sino como persona. Hay mucha misoginia y un gran miedo al poder de las mujeres, de lo que son capaces.
—Desde Media Watch, ¿cómo han visto el tratamiendo medial en las presidenciales?
—Igual de horrible que la vez anterior, cuando ganó Obama. Es increíble lo que dice la gente sobre Hillary Clinton. Se habla de lo que no puede hacer, pero hay un gran desconocimiento de sus propuestas. De verdad espero que sea electa. Yo voté por ella. Porque Trump es un idiota. Lanza un montón de comentarios racistas. Lo bueno es que los republicanos se están distanciando de él.
—¿Qué piensas de la posibilidad de que haya una mujer presidenta en Estados Unidos?
—Me gustaría que hubiera más detrás de la idea de tener una mujer en la Casa Blanca. Creo que es bueno, pero no la elegiría sólo porque es mujer. Hay otras mejores, como Elizabeth Warren, una demócrata que espero que compita. Es muy inteligente y tiene un pasado más limpio. Lo bueno de que Clinton gane es que abriría la puerta a que más mujeres se atrevan y se involucren en puestos de liderazgo.
—Una de las propuestas de Clinton, que también se debate en Chile, es el aborto. Acá en Estados Unidos no es legal en todos los estados.
—Creo que ella sí aportará en eso. Que sea legal y accesible. Que más doctores estén entrenados para hacerlo. Porque no se les enseña, es opcional en la universidad y debería ser obligatorio. Y creo que tenemos que aprender a hacerlo entre nosotras. Como lo hacíamos en los 70. Clinton también tiene propuestas de inclusión LGBTI y derechos de las mujeres en las universidades. Quizá trabaje una ley contra el acoso callejero. Pero aún no está cubierta la prostitución y el sexismo en la educación.
—¿Clinton está trabajando en una ley contra el acoso sexual callejero?
—Lo ha dicho, podría abordarlo. Pero al final no creo que tenga tanto poder para llevar adelante varias reformas, porque estos cargos son básicamente títeres de los militares y de las grandes empresas.
—No estás muy optimista.
—No. Siento que está a medio camino. Va a pelear por sus políticas, pero no logrará grandes cambios. Pero cuando comparas sus propuestas con la muralla de Trump…
—Volviendo al sexismo en los medios, a Michelle Obama la trataron súper bien después de su discurso en la convención demócrata. Los medios la amaban. ¿Podría ser ella una carta presidencial?
—Es que es fácil amarla. Espero que la próxima candidata no esté casada con un presidente. ¿En serio tiene que ser la esposa para convertirse en líder? Hay un montón de mujeres maravillosas. Quiero verlas brillar a ellas, no necesariamente vinculadas a un hombre. A Michelle Obama los medios la admiran por muchas razones: su discurso es muy articulado, es muy inteligente y es fácil de escuchar. Y la gente que la odia es porque odia toda la cultura afroamericana. Básicamente, las voces de hombres blancos que controlan los medios.
—¿En qué estás trabajando actualmente?
—En una radio comunitaria juvenil y en temas de masculinidades. Estamos creando grupos de discusión para hombres y jóvenes en las secundarias.
—¿Crees que hombres y mujeres pueden ser feministas?
—Absolutamente. El feminismo es creer en la igualdad de derechos. No creo que sea una etiqueta que sólo alguna gente pueda usar. Es parte de ser persona. Es parte de entender que tú y tu compañera tienen el mismo potencial. Que ambos pueden triunfar y tener éxito. Creo que hacemos un gran tema de la palabra porque en los medios ha sido demonizada. Feministas, uy. Me pasó un montón cuando joven.
—Es que no es fácil ser activista. Se recibe mucha hostilidad de vuelta. Como lo que le pasa a Anita Sarkeesian.
—Hay que reconocer que la misoginia es real, es parte de la educación de hombres y mujeres en nuestra cultura. La mayoría del tiempo pretendemos, pero necesitamos llamarlo por su nombre. La misoginia es la más profunda forma en la que aprendemos a ser.
—¿Cómo has hecho para involucrar a hombres jóvenes en el feminismo?
—Básicamente, haciéndoles saber que tienen emociones. Que tienen derecho a no ser definidos por los estereotipos de la masculinidad. Que entiendan que el machismo también constriñe su potencial y que coarta quiénes pueden ser en la vida. Que no les digan qué no pueden hacer, expresar o vestir. Entre más lo entiendan, más van a decir: no quiero estar restringido, quiero ser más libre. Y también quiero que mi compañera lo sea. Porque, finalmente, el feminismo se trata de eso: de la liberación humana. Ser libres de las ataduras de la cultura.