viejo

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    La micro siempre se demoraba más de lo normal y para no llegar atrasada al trabajo, me tuve que comprar una bicicleta. Hasta ahí todo bien, pero devuelta a casa, tenía que bajar sí o sí por José Arrieta y pasar cerca de una vulcanización. Afuera de ese lugar, todas las tardes se juntaban los trabajadores a mirar a las niñas de colegio y a una que otra mujer que pasaba por ese lugar.

    Ese día pasé y me tocó a mí. No recuerdo que me dijeron, pero sí sus caras de depravación (no puedo evitar que siempre eso me quede en la mente). Me devolví y los encaré, sin embargo ellos se reían y seguían diciendo cosas. Mi adrenalina estaba a full, posteriormente vi una piedra en el suelo, en realidad era un gran camote, no tengo idea cómo, pero lo levanté y lo tiré al suelo cerca de los pies de uno de los hombres. Les dije que estaba cansada de tipos así y de tener que defenderme, y que para la próxima vez el camote se los tiraría en la cabeza (obviamente sólo fue una amenaza y lo hice porque no sabía a qué más acudir). Eso me hizo sentir más impotente.

    Después de irme, esa escena quedó en mi cabeza: sus caras de cerdos, sus risas y la indiferencia de la gente. Debido a todo esto, llegué a mi casa súper mal. Al cabo de dos meses, traté de pasar por esa calle para irme al trabajo, pero tuve miedo. No he podido transitar por ese lugar a menos que sea en auto o en micro, ya que ellos siempre están sentados ahí mirando.

    A veces me siento tan mal que incluso me da rabia ser mujer. Trato de no vestirme muy femenina, a menos que vaya a estar acompañada. El acoso me deja tan mal que siento rabia de vivir en este país, en este lugar donde nadie te ayuda y todos te miran como loca por tratar de defender tu derecho a caminar libre y sin molestias por las calles. Después de tanto defenderme, desarrollé un rechazo inmenso a los hombres.

    Actualmente pololeo y me llevó muy bien con él, pero cada vez que me suceden cosas como ser acosada en la calle, termino mal y me altero. Además, siempre les recalco lo mal que me hacen sentir, ya que incluso me da miedo pensar que cuando esa persona sea más vieja, seguirá haciendo eso. Me afecta salir a la calle sola, siempre ando con el ‘‘detector de acosadores’’ y me siento insegura, pese a que respondo cuando me pasa algo.

    A quien lea mi testimonio, pregúntenle a su papá, hermano, abuelo, primo o tío, si alguna vez acosó a una mujer en la calle. Díganle lo mucho que molesta y el asco que provoca. Háganle saber que si la violación no estuviese penada por la ley, él sería un violador. Si ellos no son capaces de guardarse un comentario, imagínense qué pasaría.

    Por eso, tenemos que educar a nuestros familiares y, en especial, a los más viejos, ya que ellos fueron criados de una forma machista y retrógrada.

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      Tengo 25 años y desde que tengo memoria mi mamá ha trabajado en el caracol de Franklin junto a mi abuela en una peluquería. Yo soy bajita, morena y gorda; lo digo porque al ser “gorda” (tampoco es tanto, sólo tengo unos kilos de más y es debido a que padezco diabetes tipo 2, ya que cuando era niña mis abuelos me daban más dulces que comida y pesaba casi 70 kilos. Actualmente cuido mucho mi alimentación, aunque sigo con sobrepeso, y pese a que la mayoría de la gente piensa que los gordos (as) no tienen sexo o parejas estables, yo estoy emparejada hace 5 años y feliz. Esta introducción es para que entiendan un poco el contexto.

      Hoy estoy sacando mi segunda carrera y tengo ventanas largas en la universidad, por lo que voy a almorzar donde mi mamá. Un día que salí temprano, mi pololo me dijo que me esperaría allá (donde mi madre), para ponernos de acuerdo sobre un asunto. La cosa es que salí del metro, caminé y crucé el semáforo que está al frente del caracol de Franklin, y un tipo (un viejo) pasó por al lado mío y me dijo: “Uf la chanchita rica”. Me invadió mucha rabia y pena (era la única mujer que estaba cruzando), ya que yo no voy por la calle señalándole a la gente sus “defectos” físicos. No lo pude encarar porque un auto estaba esperando a que yo cruzara, pero no es la única vez que me han dicho algo o me han molestado en el sector de Franklin.

      Una vez enfrenté a un tipo que me tiró besos y me gritó cosas al bajarme de la micro, y escuché que con sus amigos me gritó: “Guatona re cualiá fea”, sólo porque los había encarado. Incluso una vez me llamaron puta, porque andaba con un vestido semiformal, un poco apretado y escotado. Estoy bastante cansada de este tipo de trato hacia nosotras.

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        El día sábado 8 de marzo de este año, salí a trotar por Avenida Tobalaba, durante la mañana. Luego de unos 40 minutos de trote, crucé la calle para caminar en dirección a mi casa, tranquilamente, pero llegando a Avenida Los presidentes, un tipo comenzó a gritarme cosas desde su auto y tocaba la bocina, varios metros antes de pasar por mi lado. Yo no quería mirar, no me interesaba verle la cara a tan patético ser humano. Pero para el muy pelotudo no fue suficiente gritarme y cuando pasó a mi lado, quedó mirándome fijamente hacia atrás. Era un viejo y olvidó que había un semáforo, que justo en ese momento dio luz roja. Delante de él había un auto y como el viejo feo no miró a tiempo, lo chocó. Debo admitir que al principio me asusté, porque “el viejo” se veía un poco aturdido, pero después me dio mucha risa lo ridículo y avergonzado que debió sentirse él.

        Justicia, fue lo primero que pensé.

         

         

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          Les envío mi experiencia personal, para mí es muy complejo compartirla, pero a la vez importante, pues no sólo me sentí pasada a llevar, sino que también me sentí decepcionada ante la nula respuesta de quienes se encontraban a mi alrededor.

          Actualmente tengo 18 años, pero a pesar de ello he vivido varias malas experiencias en la calle, especialmente desde los 13 años, transformándose en una constante vivencia al andar por la vía pública. La más traumática de ellas, y la primera que recuerdo, fue cuando tenía 13 años. Estaba en primero medio, eran las 12 del día e iba camino al liceo en un trayecto que duraba aproximadamente 40 minutos, cuando un tipo de unos 50 años se sentó en el asiento de al lado, comenzó a mirarme fijamente (lo cual me intimidó mucho) y posteriormente sacó su pene y se comenzó a masturbar. Me urgí mucho y comencé a mirar para todos lados, en busca de algún adulto para que parara tal situación, pero nadie me ayudó, todos miraron hacia otro lado y él continuó hasta que finalmente eyaculó, guardó su pene y se levantó tranquilamente de su asiento. Se bajó de la micro y yo no aguanté más y llegué llorando al liceo. Fueron cerca de 15 minutos de trayecto que nunca he logrado olvidar, aunque no me tocó ni hubo contacto físico, me desesperé y sentí confundida y muy nerviosa, no lograba entender mucho lo que sucedía. A diferencia de otras, a los 13 años yo era aún muy niña, siempre pienso que me habría gustado que alguien interviniera.

           

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            Iba caminando hacia mi hogar por la calle Matucana, un domingo en la tarde. Voy caminando tranquilamente, feliz, cuando veo que en la siguiente cuadra un viejo se da vuelta y se queda mirando babosamente a una curvilínea colombiana que pasa por su lado.

            Seguí caminando. Alcanzo a este viejo y, cuando paso por su lado, me queda mirando. Recuerdo esa cara y me da asco. Una cara que no era para dejarla pasar y hacerse la hueona. “¡Qué mirai tanto, pobre hueón!”, le dije. “Qué te pasa, ¡enferma!”, me dijo el viejo, medio balbuceando, cuando yo ya estaba un poco más lejos. Lo único que atiné fue a gritarle de vuelta un “pobre hueón”.

            En fin, yo me pregunto qué tan mal está esta sociedad patriarcal, que lo “enfermo” es que una mina de 20 se defienda de los dichos de un viejo de 40, y que sea aceptable andar expresando sus deseos sexuales a desconocidas que pasan por la calle. ¿Esos viejos culiaos tendrán su ego tal alto que pensarán que ese deseo es recíproco y por eso te dicen hueás? No sé, pobres y tristes hueones es lo que les digo, cuando puedo.

            Lo rescatable es que después de gritarle a ese viejo, sentí toda la choreza camino a mi casa, ja, ja já. Así que ya saben, lo único que hacen acosando en las calles es DAR PENA Y VERGÜENZA AJENA. Yo los dejaré en vergüenza cada vez que pueda, a ver si paran de alguna manera.