violencia de género

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    El domingo 28 de mayo la selección nacional de fútbol femenino jugó contra su símil de Perú en el Estadio Nacional. Sin embargo, el partido no fue transmitido por canales de televisiónl, lo que no sólo deja fuera a quienes viven en regiones, sino que demuestra la falta de apoyo al sexo femenino en esta disciplina.

    El domingo 28 de mayo la selección nacional de fútbol femenino jugó contra su símil de Perú en el Estadio Nacional. Cerca de 12.000 personas presenciaron la victoria por 12 goles a 0 de las chilenas. Sin embargo, a pesar de sus grandes condiciones como jugadoras, la importancia que debiera tener y el interés emergente que existe, esta fue la segunda vez en la historia que se les ha permitido usar el Estadio Nacional. A ello se suma que el partido no fue transmitido por ningún canal, lo que no sólo deja fuera a quienes viven en regiones, sino que profundiza las diferencias que se viven en esta disciplina.

    Mundo de hombres

    Una de las primeras barreras que enfrenta el fútbol femenino es adentrarse en un deporte altamente masculinizado. Se sigue tratando el fútbol como un deporte exclusivamente de hombres, con lo que se naturaliza el poco desarrollo y oportunidades que tienen las mujeres que lo practican. Ramas de fútbol femenino son cerradas y coartadas desde la época escolar, dificultando incluso el cambio de paradigma social. A las futbolistas se les insulta de muchas formas desde temprana edad, con el principal argumento de una supuesta falta de feminidad.

    A tal punto llega el sexismo, que Joseph Blatter, ex presidente de la FIFA, señaló en una oportunidad que las mujeres deberían “usar pantalones cortos más ceñidos” para cambiar el look y atraer más espectadores. Además, demostró no saber las reglas sugiriendo falsamente que las mujeres jugaban con una pelota más liviana.

    Además, sufren una constante invisibilización: se les niegan reconocimientos, su existencia y son dejadas de lado. Una clara muestra de esto puede verse con el Mundial Femenino Sub 17 del 2010. La selección femenina consiguió clasificar al mundial de Trinidad y Tobago luego del vice campeonato conseguido en Brasil, hace siete años. No obstante, cuando la selección Sub 17 masculina clasificó al mundial de este año, los medios señalaron que era un logro que no sucedía hace dos décadas. “Duele ni si quiera que no nos valoren, sino que no existimos” comentó en su momento a La Tercera Iona Rothfeld, seleccionada nacional y ahora presidenta de la ANJUFF (Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino).

    En Chile, el fútbol femenino tiene condiciones similares al fútbol amateur: las jugadoras no reciben sueldo, por lo que no pueden vivir de esta actividad. En algunos casos incluso tienen que pagar para formar parte del club. Debido a esto, las futbolistas tienen que compatibilizar trabajo o estudios con sus entrenamientos y partidos oficiales. Si necesitan moverse de ciudad para disputar un encuentro, han de sacrificar tiempo de estudio o días remunerados. Incluso, los clubes tampoco facilitan seguros de salud, por lo que si una jugadora sufre una lesión o enfermedad, el costo asociado corre por cuenta personal.

    Por otra parte, las condiciones en las que juegan son malas. Les pasan las peores canchas y usualmente no cuentan con equipo ni materiales adecuados. Sus partidos no son transmitidos y tampoco tienen auspiciadores, como para incentivar inversión alguna de parte de los clubes. Y estas paupérrimas condiciones ni siquiera les aseguran alguna estabilidad en la actividad. En 2016, los clubes Audax Italiano y Unión Española cerraron sus ramas de fútbol femenino argumentando falta de recursos, difusión y apoyo.

    Experiencia internacional

    En Europa, el fútbol femenino ha dado grandes pasos. Los clubes son profesionales, cuentan con auspicios, regulación de sueldos y los partidos se transmiten en vivo. Estos países han desarrollado esta disciplina gracias a un extenso aporte de sus respectivas federaciones y ciertas regulaciones de la confederación europea. Alemania ha sido el país con más avances, lo que se refleja con siete copas europeas y dos copas mundiales. Estados Unidos y Japón también han logrado grandes avances, logrando llegar ambos países a las últimas dos finales de mundiales realizadas, ganando una cada uno. Por otra parte, en Latinoamérica, México, Colombia y Venezuela ya tienen ligas profesionales de fútbol femenino instauradas el último año, con sus primeros campeonatos disputándose este año.

    Un gesto favorable se ha producido de parte de la CONMEBOL (Confederación Sudamericana de Fútbol), la cual exige que los clubes participantes en competencias internacionales, a partir del 2019, deberán “tener un primer equipo femenino o asociarse a un club que posea el mismo”. Con esto, los equipos tendrán que “proveer de soporte técnico y todo el equipamiento e infraestructura (campo de juego para la disputa de partidos y de entrenamiento) necesarias para el desarrollo de ambos equipos en condiciones adecuadas”. Sin embargo, esto todavía no asegura una profesionalización del deporte, dejando fuera contratos, pagos de sueldos y seguros de salud.

    Desafíos

    En Chile, existen dos organizaciones dedicadas a mejorar las condiciones del fútbol femenino. La ANJUFF, Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino, cuya misión “nace de la urgencia de regular las bases y condiciones en las que se desarrolla esta disciplina”. También contamos con la COFFUF (Corporación de Fomento de Fútbol Femenino), que nace con la intención de “hacer que cada día más niñas, jóvenes y mujeres descubran en el fútbol un deporte entretenido, social y competitivo”. Con este fin, organizaron el partido de la selección femenina en el Estadio Nacional, dejando la entrada gratuita para demostrar el interés que existe. Asimismo, antes del amistoso internacional, se jugó la final de la copa de fútbol amateur femenino, también organizada por la COFFUF, dando la oportunidad a estos equipos de jugar dicho recinto con un público inimaginable, por ahora, para la actividad.

    Todavía falta mucho por lograr en el fútbol femenino, son grandes y diversos los desafíos: igualar las condiciones técnicas y económicas de las futbolistas a las de sus pares hombres y entregar formas de difusión adecuadas. Por nuestra parte, te invitamos a revisar imágenes del partido, difundir esta actividad y mostrar que el interés por el fútbol femenino existe.

    Foto: www.peloteroschile.cl

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      Iba camino a mi trabajo, como todas las mañanas en el Metro. No estaba tan lleno, de hecho había espacio suficiente para moverse en el vagón. Luego de combinar en Los Héroes, y antes de llegar a Moneda, siento algo extraño. Justo detrás mío había un tipo, vestido con polera oscura, bombachos de estos bien hippies y con un banano hacia su costado derecho. El tipo tenía su pene erecto bajo el bombacho, y lo estaba fregando contra mi trasero. Mi experiencia de vida me ha enseñado a no quedarme callada, por lo que lo enfrenté, a gritos eso sí, para que alguien más me ayudara, por si acaso.

      Le grité: “¿Qué te creís tú? ¿Que puedes estar frotando tu weá erecta en mi trasero?”. Y me respondió: “Yo no estoy haciendo eso, es el banano, mina loca.” Ahí yo le dije: “Hay bastante espacio en el vagón como para que tu “banano” no me esté rozando. Además, con qué cara dices que es tu banano, si se nota que tu mierda está parada bajo tus pantalones.”

      El tipo me decía que no había espacio, que no podía culparlo. Yo estaba con mucha rabia, las demás personas no eran capaces de decir nada. Solo cuando le empecé a gritar garabatos reaccionaron. Le gritaron más cosas al tipo y lo bajaron en Metro La Moneda. Ahí yo ya estaba llorando mucho de rabia y susto. Si hubiese pasado algo más, la gente no hubiese hecho nada. Y mientras me veían llorar, me decían: “Tranquila, si ya lo bajamos. No llores, si ya pasó y se bajó”, “Tenías razón, sí lo tenía erecto, pero ya se bajó, no te preocupes”. Una chica trató de preguntarme por qué lloraba como dos estaciones más allá y una señora le respondió que fue porque me estaban acosando. Pero claro, en el momento esa señora que lo vio todo, no fue capaz de decir nada. Destaco que en ese entonces yo jamás había tenido relaciones sexuales. Este es un pésimo recuerdo y fue una pequeña tranca al momento de iniciar una relación.

      Han pasado ya dos años. Espero que cada vez se vaya creando más conciencia de que uno no puede ser testigo pasivo de estas cosas.

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        Mi polola tenía miedo de irse sola a su casa, pues decía que era peligroso caminar desde el metro Quilín (sea la hora que fuere) hasta su casa, a la altura de Ramón Cruz, por lo que cuando se quedaba en mi casa hasta tarde, yo debía ir a dejarla tras ella pedírmelo con tono de ruego (yo creyendo inocentemente que no era peligroso que ella se fuera sola hasta su casa).

        Durante meses lo hice. Una hora de camino a su casa, sin que sucediera nada. El día que le pedí que se fuera sola, un tipo la acosó sexualmente.

        Es urgente desnaturalizar la violencia y la existencia de medios que permitan a la mujer autotutelar su defensa en el momento exacto del acoso. No se puede confiar en las fuerzas de orden público ni en el funcionamiento de las instituciones en estas situaciones.

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          Escribo porque quiero contar una situación que me sucedió. Aún estoy choqueada y la verdad es que mis amigas me aconsejaron escribirles a ustedes con el fin de relatar la experiencia y para que este tipo de cosas se sepan y se eviten en el futuro.

          Alrededor de las 21.30 horas, fuimos con mi marido al Jumbo de Bilbao. Al hacer las compras de la semana nos dividimos, y mientras yo estaba en el pasillo de productos sin gluten y vegetarianos, un sujeto de unos 55 años se me acercó y me dijo algo subido de tono. Le dije que me respetara, que no porque él me veía joven y sola, tenía derecho a decirme algo.  Y él respondió: “Ay, me tocó una argentina, ustedes son las más chúcaras; igual estai rica”. Le dije que era chilena y que, independiente de eso, merecía respeto. También agregué: “¿O acaso porque me veo chica tú crees que tienes algún derecho a decirme algo o tratar de sobrepasarte?”. La cosa se puso álgida y le pegué un grito a mi marido para que fuera a buscar a un guardia. El sujeto empezó a insultarme y se movió hacia el final del pasillo donde estaban las cajas. Le dije que si tenía la valentía de sobrepasarse al verme sola, entonces que esperara a los guardias.

          Llegó mi marido, que no encontró guardia, y el hombre (que estaba en claro estado de ebriedad y comprando más alcohol) le dijo: “Oye viejo, controla a tu polola”. Mi marido lo increpó y empezaron a discutir, en ese momento un tercer sujeto (no sé de dónde salió) tomó al borracho y lo empujó. Mi marido me tiró hacia atrás y el borracho arremetió contra este tercer hombre, el cual le pegó un combo y lo hizo caer de bruces al suelo. Aparecieron los guardias, y el tipo ebrio se descontroló y empezó a gritarme. Los guardias estaban presentes y no hicieron nada. la gente solo estaba mirando y dando fe de que él me había violentado, hasta que de repente el tipo se trató de abalanzar y lo tomaron los guardias. Mi marido me dijo que mejor nos moviéramos, ya que no valía la pena. Los guardias de seguridad se quedaron en la caja con él para que fuera a pagar todo el alcohol que llevaba en el carro. Nos dimos varias vueltas para no toparnos con el tipo de nuevo.

          A la salida, se me acercó un hombre de unos 50 años, corpulento y muy alto. Me dijo que era capitán de Carabineros y me preguntó qué había sucedido. Fue error mío no haberle pedido identificación. Le relaté brevemente el suceso y me dijo: “Es que yo me los iba a llevar detenidos a los tres (es decir, a mí, a el borracho y a el tercer sujeto que le pegó el combo) por escándalos dentro del supermercado”. Le pregunté por qué, si en realidad el sujeto se trató de sobrepasar conmigo y más encima estaba en estado de ebriedad. Me dijo que él preguntó sobre la situación y concluyó que: ‘‘Fue solo un piropo, así que no es para tanto tampoco”. Me descolocó. Lo miré fijamente y le dije que si esto hubiese sido afuera del supermercado, yo misma le habría dado el golpe, ya que sí sé defenderme debido a mis conocimientos en artes marciales, y por último, que nadie tenía el derecho de venir a decirme algo solo porque sí, ni tenía derecho de faltarme el respeto.

          Creo que al supuesto capitán le faltó poco para decirme: “Fue tu culpa por andar con shorts a media pierna, un chaleco blanco y ser alta”. Me di la vuelta y me fui. Alcancé a mi marido en el estacionamiento y me puse a llorar. No vimos más al supuesto capitán.

          Escribo ahora porque me siento pésimo, me siento violentada y siento que ante una situación así, pasé de ser víctima de acoso callejero a ser casi “provocadora”. Escribo este testimonio porque al final “un piropo no es para tanto” (aunque en realidad fue más que eso) y porque más encima un sujeto que perfectamente pudo ser mi padre creyó tener el derecho a hacer lo que hizo, solo por verme sola y “cabra chica”. Aún estoy choqueada. Llegué a casa y mis amigas me aconsejaron escribir esto, no quedarme callada. Que sirva de testimonio para que cuando a otra mujer le pase no tenga miedo a defenderse, o si viene un supuesto Carabinero le pida identificación.

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            Camila Vallejo (PC), diputada por La Florida y ex líder estudiantil, relata que ha sufrido acoso callejero desde que trabajaba como garzona. Revisa su experiencia y por qué decidió patrocinar la iniciativa del Observatorio Contra el Acoso Callejero.

            — ¿Por qué quisiste patrocinar el proyecto de Ley de Respeto Callejero?
            —Porque me parece fundamental que dentro de los cambios políticos y culturales que nuestra sociedad requiere, se fomente y exija respeto entre las personas como un elemento clave para la convivencia. En especial, porque en nuestra sociedad la violencia sexual, tanto física como psicológica, es una realidad más común de lo que muchos imaginan, aunque muchos traten de taparla o lo que es peor, normalizarla.

            — ¿Ha sido difícil llevar este proyecto de ley en el Congreso?

            —La verdad, menos de lo que esperaba. Me parece que el rol del Observatorio ha sido clave para abrir puertas y conciencias que, en un comienzo, considerábamos cerradas. Esto ha permitido que la propuesta, nacida del mundo social -en un país donde no existe la iniciativa popular de ley-, se instale en la opinión pública. El avance del proyecto en las comisiones correspondientes ha sido muy interesante, pero insisto en que eso se debe fundamentalmente al trabajo de concientización que ha realizado OCAC Chile.

            — ¿Has sido testigo y/o víctima de una situación de acoso callejero?
            —He sido víctima de acoso callejero, pero en lo restringido a frases de connotación sexual, no he sufrido tocaciones, acorralamiento ni persecuciones en la vía pública. También he sido testigo de acoso sexual callejero y he visto como realizan tocaciones en el Metro o de cómo le han gritado cosas a otras mujeres.

            — ¿En qué momento te diste cuenta que el acoso callejero es violencia de género?
            —Antes de conocer el proyecto de ley no lo había caracterizado como violencia de género, aunque sí consideraba que era agresivo.

            — ¿Has sido testigo o víctima violencia de género en tu entorno laboral?
            —Sí, cuando trabajé como garzona, sobre todo de parte de los clientes, y en el Congreso también.

            — ¿Cómo combates el acoso callejero y el sexismo en general en tu día a día?
            —Además de impulsar el debate y la legislación, siempre que sufro agresiones verbales las respondo con un reclamo o un garabato, a modo de respuesta a las agresiones verbales.

            —Eres una de las pocas mujeres que integra el parlamento. ¿Qué opinas sobre la participación de las mujeres en política?
            —En las distintas áreas de la vida social resulta difícil ser mujer, sobre todo en las sociedades capitalistas en las que se ve a la mujer como un objeto. Además se pone permanentemente en duda su inteligencia y capacidad de hacer las cosas iguales o mejor que los hombres. A eso se suman las múltiples trabas materiales que una mujer tiene para ejercer la vida pública.
            En esa línea, vemos que la mujer tiene un alto nivel de participación en las organizaciones sociales, pero esto no se refleja en la política nacional, principalmente por lo complicado que es para una mujer llegar a puestos de decisión en la mayoría de los partidos. Y digo la mayoría porque puedo afirmar con orgullo, que el Partido Comunista de Chile ha sido excepción desde su creación y sin necesidad de leyes. Prueba de ellos son Teresa Flores, Julieta Campusano, Mireya Baltra y Gladys Marín, primera presidenta de un Partido chileno. Lamentablemente somos excepción a la regla.

            Foto: ElDinamo.cl

             

             

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              Para combatir el sexismo y su impacto negativo en las ventas, las tiendas han tenido que cambiar la experiencia de la clientela a través de variedad en la oferta de productos, capacitaciones y nuevas contrataciones.

              Hace unas semanas, el medio ‘‘Reverb’’ publicó un artículo sobre el sexismo en las tiendas de música, en el que se señala que además de traspasar barreras en medios de comunicación, publicidad y productos, también está pegando fuerte en la industria musical. Y es que en el afán de llenar los rankings musicales con hombres adolescentes, se relegó a las mujeres a un papel secundario. Situación que hoy le está costando caro a la industria.

              En el medio se cuenta que para combatir el sexismo y su impacto negativo en las ventas, las tiendas han tenido que cambiar la experiencia de la clientela a través de ofertas de productos más variados, capacitaciones y nuevas contrataciones. Ello, con el fin de que se respete la diversidad de todos los clientes.

              En esa línea, Meyer De Wolfe, dueño de “Wolfe Music”, enfatiza la importancia de no asumir nada o emitir algún juicio sobre el conocimiento musical, la capacidad o el poder adquisitivo de la clientela, ya que puede ser visto como un acto condescendiente y alejar al potencial cliente del negocio. ‘‘Estamos felices de mostrarles todo de una forma no prejuiciosa, porque en general en las tiendas de música se piensa que el cliente (hombre o mujer) saben todo sobre guitarras, y ese no es el caso”, afirma.

              Asimismo existe una percepción de que las mujeres no son bienvenidas en las tiendas de música, por lo que Michael Samos, de “Empire Guitars”, para combatirla dice que él está consciente de lo que va a vender y lo que no.‘‘En particular en el mundo de los pedales hay algunos nombres de productos que me hacen sentir incómodo. Por lo mismo son descartados inmediatamente, sin importar qué tan bueno sea. Creo que las tiendas deben ser pensadas como un proyecto basado en la comunidad. En esa línea, es importante ofrecer un acceso igualitario a la información y al equipo, de manera que la comunidad se abra a las mujeres. Especialmente en las tiendas pequeñas, porque si no son lugares cómodos y accesibles,verán reducida su comunidad y la oportunidad de vender’’, explica.

              Junto con ello, Samantha Suause, una profesional de las ventas en ‘‘Island Music’’, asegura que la capacitación puede tener un impacto positivo para disminuir el sexismo en las tiendas de música: ‘‘Cada vez que contratamos a una nueva persona, nos sentamos, repasamos nuestras políticas y le enseñamos cómo deben vender y tratar a la clientela. Cuando hacemos eso, la gente sabe que puede hablar con cualquiera, ya sea hombre o mujer, y que nosotros sabremos sobre qué están hablando y que los ayudaremos en todo lo que podamos’’.

              Adicionalmente, las tiendas también deben estar conscientes de cómo tratan a las vendedoras señala Jennifer Tabor, fundadora y gerenta de “Souldier Straps”, ya que ‘‘existen muchas tiendas que no se hacen responsables de las vendedoras’’.  A modo de ejemplo, cuenta que en varias ocasiones la gente se le ha acercado para preguntar dónde está el hombre que atiende. Al no encontrarlo algunos se van o simplemente se dan cuenta que buscan a alguien que no existe: “Ellas quieren a un hombre, porque no pueden negociar conmigo como dueña del negocio. Cuando estas personas vuelven, tengo que decirles que no hay ningún hombre con el que ellos puedan conversar. Entonces se olvidan del tema, porque les gusta el producto y continuamos con la venta’’.

              Si bien esta situación puede parecer cómica, la gerente de Souldier Straps dice que no es un hecho aislado, puesto que en el 15% de las tiendas que debe visitar, no la toman en cuenta porque creen que ella no sabe de lo que está hablando: ‘‘Soy una persona lo suficientemente segura, por lo que en realidad no me ofende. Yo puedo enfrentarlos codo a codo, sin embargo hay muchas mujeres que se echan para atrás, no enfrentan la situación y no vuelven a la tienda’’.

              Para Jan King, guitarrista, cantante y escritor de ‘‘Jan King and Medicine Ball’’, existen por lo menos tres razones para avanzar y contribuir con el fin del sexismo en la industria: porque es lo correcto, es bueno para los negocios y es cada vez más simple. En ese sentido, crear un entorno acogedor para las mujeres no tiene porqué ser difícil, requerir mucho tiempo o ser costoso. ‘‘Solo se necesita ser respetuoso, amable, no condescendiente y alentador. No creo que sea mucho pedir’’, afirma. 

              Por su parte, Graciela Salinas, colaboradora de prensa en el área de comunicaciones de OCAC y autora de la tesis ‘‘Playing like a girl: the impact of gender in the working experiences of women drummers and sound engineers’’ para un Master of Arts en la Universidad de Melbourne, señala que ‘‘la idea de la música popular, en especial el rock, como un ‘territorio masculino’ está muy naturalizada, a pesar de que la presencia de mujeres en el área crece día a día. Se asume que es cosa de hombres, que si ves a una mujer en una tienda de música, le está comprando algo al pololo. Muchas de las experiencias de las profesionales en esta industria están ligadas al doble esfuerzo que deben realizar para validarse con sus pares y el público, a la cosificación por parte de los medios y la industria en su totalidad, a ser tratadas como un grupo aparte en la música, como intrusas o simplemente al hecho de ser invisibilizadas. Las frases: ‘tocas como niña’ u ‘oye, eres buena… para ser mujer’, son muy comunes en los relatos de las mujeres en esta área’’.

              Además Salinas indica que durante su tesis comprobó las hipótesis de otras investigadoras respecto a prejuicios contra las mujeres en la música, ya que “se da por hecho que la mujer no tiene la capacidad física de cargar instrumentos, de armar y desarmar equipos o de manejar tecnología. Es por eso que dos de los roles más hostiles para las mujeres suelen ser el de baterista y el de sonidista. Todas mis entrevistadas comentaron que en más de una ocasión, tanto hombres como mujeres, asumieron que ellas no podrían hacer bien su trabajo sólo por el hecho de ser mujeres. Olvidan que, por ejemplo, tanto un hombre como un mujer sonidista pueden lesionarse si cargan equipo sin la técnica y las precauciones necesarias”.

              Imagen: Reverb, portada de revista ‘‘She Shreds’’ y de ‘‘Guitar World’’ que recientemente desencadenaron un extenso debate sobre cómo se muestra a las mujeres en la cultura musical.

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                principal testimonios

                Tengo 20 años y frecuentemente sufro de acoso callejero, sin embargo siempre me defiendo y defiendo a todas las personas que lo sufren. Yo vivo en Independencia, en una población llamada J.A.R.

                El jueves pasado, salí a las 7:20 horas de mi casa camino a la universidad, doblé en un pasaje para llegar al paradero y vi que por al lado mío pasó una moto y se estacionó frente a una casa, como si fuera a buscar a alguien. Yo seguí mi camino y cuando iba llegando a la avenida principal, alguien me agarró por detrás. Me tapó la boca con un brazo, sin dejarme respirar, mientras que con el otro tocó mi vagina. Me dijo al oído: “Quédate tranquila, si te quiero tocar no más”. Intenté zafarme y él me tiró al suelo pegándome un combo en la cabeza y patadas en mi brazo. Yo grité en busca de ayuda, y cuando me pude levantar a decirle groserías e intentar defenderme, él ya se estaba yendo. Le dije que qué se creía por tocarme y golpearme así, pero me volvió a pegar en la cabeza en la cabeza, diciéndome que caminara y que me fuera. El tipo se subió a su moto y se fue a toda prisa. Quedé en shock. En eso apareció un caballero con su hija y me trató de ayudar, pero no pude hablar. Tenía rabia, miedo y me sentía vulnerable. Después apareció un amigo, lo abracé, rompí en llanto y le pedí que me llevara a casa.

                Cuando llegué le conté de inmediato mi mamá. Me sentía demasiado débil y lloramos juntas. Luego llamamos a Carabineros. Ellos llegaron súper rápido, me llevaron a constatar lesiones y fueron muy buenos conmigo. Me encantó su trato porque hicieron que el proceso fuese lo más rápido posible para irme a mi casa.

                Apenas llegué a mi casa caí en la realidad. Fue el día más largo de mi vida, ya que repetía una y otra vez la situación en mi mente. Fueron mis amigas y familiares a verme y trataron de distraerme. No pude dormir en la noche y al otro día fue lo mismo. Estaba cansada de preguntas como “¿por qué no anotaste la patente?”, “no tienes que salir sola”, “debes andar con más cuidado”, “tienes que estar tranquila, pudo haber sido peor”; como si eso le quitara importancia a lo que me sucedió o como si me hiciera olvidarlo. Estoy tan cansada del argumento de: “Podría ser tu hija”, ¿por qué no me respetan por el hecho de ser persona? ¿Por qué no puedo estar en paz en la calle o ir tranquila a estudiar?

                Hoy, aún recuerdo el momento a cada rato. No tengo ganas de hablar con mis amigas o amigos, me da miedo salir, no me siento segura en el lugar donde vivo y ya no me puedo defender cuando me acosan en la calle, lo que me atormenta. No tengo ánimos de socializar con nadie, estoy tan vulnerable que lo único que quiero es retroceder el tiempo y borrar ese horrible momento.

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                  principal testimonios

                  Tengo 25 años y desde los trece  que he sido víctima de acoso callejero en incontables ocasiones.  Antes de contar mi primera experiencia, quisiera realizar algunas observaciones hacia las mujeres que sufrimos esto. Soy parte de esta comunidad desde que empezó en Facebook y siempre he leído lo mismo. La mayoría de los testimonios inician describiendo la ropa que llevaban puesta y contando que esta no era provocativa. Si nosotras iniciamos nuestros relatos describiendo la “ropa no provocativa” que llevábamos puesta. Ese es el primer error: ningún tipo de ropa justifica un acoso. Usted puede salir a la calle en bikini y nadie tiene derecho a tocarla sin su autorización. Hay que eliminar de nuestra cabeza y vocabulario eso de “ropa no provocativa”. Primero, porque es injusto contra nosotras mismas y es una forma de justificar el acoso. Segundo, porque los hombres son seres pensantes, por lo que pueden evitar “provocarse”.

                  Mi segunda crítica es hacia nuestras madres y abuelas que más de alguna vez dijeron la frase “preocúpate cuando no te griten” o “te gritan porque eres bonita”. O sea que ¿nosotras necesitamos la aprobación de un hombre para considerarnos bonitas? No es así, las mujeres valen por sí misma y no necesitan la aprobación de nadie.

                  Luego de esto les cuento mi experiencia. A pesar de ser una mujer de carácter fuerte, nunca he tenido la suficiente personalidad para enfrentar el acoso. Me da miedo la reacción de la otra persona, no sé cómo enfrentar la violencia. Me da susto que estos tipos lleguen más lejos, que me golpeen o algo peor.  En ese entonces, tenía doce años. Era una niña, nunca había dado un beso, ni siquiera me había gustado alguien, de hecho aún jugaba con mi hermana a las muñecas y mi primera experiencia con el sexo opuesto fue a través del acoso de este tipo. Iba caminando hacia la casa de mi mejor amiga, cuando pasó un tipo de unos sesenta años en bicicleta que me agarró el trasero de una manera tan fuerte e invasiva, que me llegó a levantar del suelo. Quedé en blanco, en shock, sin poder ni hablar. El tipo se dio vuelta a mirar mi reacción y me sonrió. Yo quede allí, de pie, sin poder decir una palabra e inmovilizada. Después de un rato y con un hilo de voz le grité: “Viejo cochino”, (creo que ni me escucho).  Llegué tiritando y llorando a la casa de mi amiga. No podía explicarle lo que me había pasado, entonces se quedó conmigo haciéndome cariño durante horas, mientras yo no paraba de llorar, porque me sentía muy sucia y casi violada. Tuvieron que llamar a mi mama porque no me atrevía a irme sola. Luego en mi casa, lloré toda la noche. Me sentía culpable y no comprendía qué hice para pasar por eso, no entendía por qué lo hizo si el era mayor que mi abuelo, ni qué le podía ver a  una niña de 12 años.

                  Luego de eso me ha pasado en innumerables acosos callejeros, así que aprendí a evitar calles peligrosas, a cruzar si viene alguien sospechoso en frente, a no mirar ni sonreír en la calle, y no salir sola de noche, porque de lo contrario me acosan. La única forma que no me suceda es si salgo con mi novio, recién ahí soy una persona que merece respeto, a la que no le gritan ni tocan. Es injusto que solo de la mano de un hombre uno pueda caminar tranquila, me quitaron el uso de los espacios públicos desde que tengo 12 años y eso debe cambiar, eduquemos a nuestra familia, que nuestros abuelos, padres, tíos, primos, sepan que esto pasa, molesta y es una forma de violencia. Creo que si partimos por nuestro entorno de a poco esto irá cambiando.

                   

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                    Hoy tomé el Metro más tarde. Suelo irme temprano para evitar la hora punta. Estudio en el Liceo 7 de Providencia y lo tomo desde la estación Calicanto hasta los Héroes, para luego hacer combinación hasta Pedro de Valdivia. Hoy, cuando tome el Metro, me di cuenta que el tren que iba delante del mío le estaba saliendo humo y dejó pasado a plástico quemado. El Metro avanzaba lento por lo que se empezó a juntar mucha gente en cada estación y, por ende, mi vagón estaba cada vez más lleno. Cuando llegué a la estación Pedro de Valdivia el olor a plástico quemado ya era insoportable, por lo que cuando se abrieron las puertas, se juntó mucha gente para salir. Avancé lento y justo cuando estaba en el fierro que esta frente a cada puerta, sentí que me dieron un agarrón, ¡quede helada! Me di vuelta para mirar quién me había agarrado y solo vi gente que me empuja para tratar de salir. Seguí avanzando y en la escalera me toqué la chaqueta en la parte del trasero, pensando que quizás se habían masturbado detrás de mí y podía tener semen en la chaqueta. Pensé esto porque a una compañera le pasó en el metro. El agarrón que me dio fue sobre la chaqueta que me cubre el trasero, no fue un roce o que puso su mano, si no que me agarró un buen pedazo de carne.

                    El Liceo 7 está junto al Metro, cuando llegué en la entrada estaban varias inspectoras, me acerqué a la mía y le comenté  la situación, porque todavía estaba en shock. Ella me llevó con  la enfermera del liceo, le conté y me puse a llorar. Fueron la psicóloga y la encargada de convivencia escolar, quienes conversaron conmigo y me preguntaron si quería hacer la denuncia. Luego junto con la inspectora general fui a Carabineros y al Metro a dar aviso. Me sentí muy apoyada por mi liceo, porque no se tomó como algo común, sino como algo grave.

                      1 1994

                      principal testimonios

                      Llevo unos meses viviendo en Santiago debido a mis estudios. Estaba tranquila porque no había pasado nada desagradable, hasta hoy. Venía en la micro de vuelta de la universidad, y se subió un sujeto joven a recitar poesía por unas monedas. Yo no estaba prestando atención y en ningún momento lo miré, estaba escuchando música y mirando por la ventana. Resultó que íbamos al mismo paradero y mientras me bajaba, él tomó mi mano para ayudarme a bajar. Yo respondí un gracias cortado, pero el sujeto no me soltó la mano. En vez de eso, no encontró nada mejor que recitarme poesías de su invención al oído, diciendo que yo era muy hermosa, que ojalá nos volviéramos a ver, que no me asustara y que no podía dejar de mirarme, todo eso en verso y arrinconándome contra el paradero. De susto casi no me salía la voz y lo único que atiné a decir fue “ya, suéltame por favor, suéltame”. Cuando finalmente lo hizo, tiró su cuerpo contra el mío, me dio un beso en la mejilla  y puso todo su pene, que sobresalía del pantalón, en mi pierna. ¡Fue asqueroso! Y más encima, mientras yo huía, vi como otro hombre, que estaba manejando un auto con la ventana abajo, se reía pese a haber sido testigo de toda la situación.

                      Quizás no fue un gran acoso o podría haber sido peor, pero yo estoy indignada. ¿Quién me quita ahora la sensación de haber sido violentada? ¿Por qué ese tipo se creyó con el derecho de decirme y hacerme cosas que nunca le pedí? Siempre pensé que si me llegaban a acosar alguna vez, iba a responder y sacar toda mi fuerza. Pero la situación fue tan de la nada, y tan incómoda, que no supe qué hacer, ni cómo reaccionar. Ahora tengo mucha rabia y pena, me gustaría volver a atrás, apartar a ese hombre, alejarme y responderle. Pero no puedo. El único recuerdo que me quedará es la risa del otro personaje que consideró mi acoso un espectáculo entretenido de ver, porque la idea de ayudarme claramente jamás se le pasó por la cabeza. Gracias a la conducta de ese tipo de gente, ya no podré caminar en las calles con la misma tranquilidad y soltura de siempre.