“Trato de no salir a la calle, porque no hay ninguna ley que ampare nuestros derechos como mujer”
Era un día de verano perfecto para usar vestidos y zapatos con tacos. Me dirigía al departamento de mi amiga a una comida. Por supuesto, tomé una micro. Mientras caminaba, mis oídos se hacían sordos ante silbidos o cualquier tipo de piropo. Al bajarme en la calle “La Palmilla” de Dorsal para ir al condominio de mi amiga, escuché una moto pasar en dirección contraria. Doblé en la cuadra siguiente y sentí un calor en mi pierna y un roce por detrás. Era la rueda de una moto. Me di vuelta aterrada y vi a dos jóvenes adolescentes “flaites”, ambos con casco en una moto scooter roja y polera rayada. Acto seguido, me levantaron el vestido a la fuerza y me tocaron el trasero. En shock, les dije “qué les pasa, hueones”. Retrocedieron rápidamente y me gritaron los improperios más sucios que había escuchado en mi vida.
Estaba tan asustada que no podía gritar. Sentía escalofríos en todo mi cuerpo, me sentía sola. Nadie me ayudó en el momento, ni siquiera un hombre que pasaba por la vereda del frente y que se quedó mirando con cara de deseo. Me sentía sucia. Emprendí camino y otra vez sentí el ruido de la moto. Eran ellos: de nuevo me gritaron y arrancaron. No había caso. Tomé otra calle para perderlos. Traté de llamar a Carabineros pero nunca contestaron. Pensé en ir a la PDI que estaba cruzando la Avenida Dorsal, pero no podía caminar por la angustia, rabia, pena y miedo a encontrarme con ellos u otros acosadores.
Fui a la casa de una conocida a buscar ayuda. Me dejó entrar y me dio un vaso de agua. Le conté, y me dijo que los acosadores vivían a un par de cuadras de distancia, pero que no sacaba nada denunciándolos porque ni Carabineros ni la PDI podían hacer algo. Desilusionada, esperé un rato y me fui a mi casa. Llamé a mi amiga para decirle que no iría a su casa porque me habían acosado. Estaba aterrada, me sentía vulnerada y violada. No respetaron mi metro cuadrado. Jamás le conté a mi madre lo sucedido y hasta el día de hoy no sabe. Desde aquél día, nunca más salí con vestido a la calle.
Lamentablemente, he vuelto a vivir el acoso callejero: hace poco me rosaron con la mano en Avenida Recoleta. Ha pasado tantas veces, que trato de no salir a la calle, porque no hay ninguna ley que ampare nuestros derechos como mujer, ninguna que los encarcele. ¿Quién cuida a las mujeres que somos prácticamente violadas psicológicamente?