“Yo le señalé que quedaba a dos calles y me agarró un pecho”
Mi primera experiencia de acoso callejero la viví cuando iba en los primeros años de enseñanza media. Era un día absolutamente normal, iba caminando de vuelta a mi casa después del colegio a eso de las 13:30 horas. El trayecto era bastante corto, casi veinte minutos si andaba muy lento. A dos cuadras de llegar a la casa, un hombre en una moto me detuvo para preguntarme una dirección. Yo le señalé que quedaba a dos calles y me agarró un pecho. Di un salto hacia atrás y creo que le dije: “¡Qué te pasa estúpido!” y salí corriendo a mi casa. Recuerdo que esa tarde estuve llorando en un rincón de mi pieza por mucho rato.
Nunca me había sentido insegura en mi propio barrio, vulnerable, frágil y sin ninguna herramienta para defenderme de una situación como esa. Fue a plena luz del día y por un lugar que transitaba todos los días. Me costó mucho volver a por esa cuadra y desde entonces evito responder a la gente que me habla en la calle.
Ahora estoy en la universidad y pienso cómo ese evento (y varios otros) han cambiado la forma en que vivo mi día a día. Si vuelvo a la casa y está atardeciendo, empiezo a caminar rápido. O si viene algún hombre tras de mi, voy lento hasta que este pase.